La pobreza sanitaria
Hay países riquísimos donde la pobreza inunda las calles, con frecuencia plagadas de miserables sin techo, lo he visto demasiadas veces con mis propios ojos; incluso, muchos de ellos carecen de sanidad pública. No es preciso citarlos a todos. Por ejemplo, en USA existe un servicio de recogida de cadáveres abandonados en la vía pública: es todo lo que suelen hacer por ellos. La degeneración moral de esas sociedades es ostensible, demoledora, aunque hayamos de excluir a unos pocos voluntarios de encomiable catadura humana. Sin proponérmelo, he acabado estableciendo mentalmente una clasificación automática según la calidad asistencial de esas comunidades, basado en el nivel de preocupación por los más necesitados, dicho crudamente, en la voluntad pública de prevención de la pobreza. En no pocos lugares de todo el mundo que he conocido, la indigencia infantil rompe el corazón; sólo recordarlo me destruye poco a poco desde hace mucho tiempo, y he llegado a la conclusión que la misericordia de los pueblos está por encima de todas las demás virtudes, tanto las religiosas como las democráticas, porque no es suficiente la beneficencia religiosa o laica, merecedoras de toda admiración, pues realidades como el flujo imparable de pateras son la muestra de su insuficiencia estadística, ni en zonas como el África profunda ni en el chabolismo urbano que nos golpea.
La indiferencia de vivir rodeado por la penuria, la desnudez pordiosera y la mendicidad es síntoma indiscutible de bajeza colectiva, de la perversión infrahumana que nos hace despreciables sin necesidad de establecer criterios morales ni códigos religiosos basados en la creencia supersticiosa en un dios juzgador. Basta y sobra con la solidaridad humana, de la misma naturaleza que el instinto de supervivencia de todas las especies, y renunciar a eso nos convierte en una sociedad indiferente al dolor, por no decir indigna.
¿Y a santo de qué viene esta bestial introducción? Pues a santo de que la privatización de la Sanidad Pública es el inicio tragicómico de un cambio social caracterizado por el desamparo del común, de la desdicha familiar generalizada y de la peor de las mendicidades: la que implora para salvar la vida. No hay peor crueldad humana y divina que condenar a la penuria sanitaria a un pueblo confiado en la institución y tutela de la salud, y en especial, de la infancia y las mujeres, los colectivos sociales más vulnerables. El negocio de la salud es, con certeza, la peor de las delincuencias, seguida de la mafia de la vivienda. Si no nos movilizamos en una lucha “sangrienta”, metáfora entendida, evidentemente, como la revolución intransigente de la medicina total para todos, la “cosa nostra” de la oligarquía manipuladora acabará con el estado de bienestar, pues la privatización de la Sanidad Pública es el inicio de una barbarie plutocrática, y germen del abandono de la tutela médica universal, que conduce inevitablemente, en primer lugar, a la pandemia y la miseria física de la ciudadanía más desfavorecida, relegada a una vida caracterizada por la soledad desasistida, y en segundo lugar, la vejez y la infancia condenadas a la muerte prematura, propia del tercer mundo descrito al inicio. ¿Estamos dispuestos a permitirlo?
Detengamos el proceso avanzado de desmantelación de la Sanidad Pública, puesta en práctica por determinados gobernantes, sin distinción de partido, cuya indiferente crueldad hacia los derechos del pueblo, en especial el derecho a la vida, les hace directamente responsables de categorías criminales de degradación y muerte. ¿No ha llegado el momento de superar nuestras diferencias y unirnos sin distinción de credo político, agarrar por la pechera a los malversadores del progreso y dejarles bien claro que no lo vamos a consentir? Apelo, en primer lugar, al valor, la independencia y la superioridad moral y ética de las mujeres, aunque ya sabemos que no hace falta, a juzgar por su poder e iniciativa demostrada en todos los órdenes de la vida: han sido las primeras en levantar la voz y acosar valientemente a los mendaces infractores del principio de sanidad para todos, y del derecho a la vida. Las mujeres son la reserva moral de un mundo de machos políticamente consentidores, en muchos aspectos responsables e incapaces de frenar la degradación antidemocrática que nos rodea por doquier. Hay momentos de mi vida, y no pocos, en los que hubiera preferido ser mujer. Así mismo.