Los paraguas son para el otoño

De noche todos los gatos son pardos y con lluvia, se debe de nublar la razón.  Martes, tarde de lluvia, Ronda Oeste, rotonda, semáforo a la altura de GVO.  Un matrimonio de mediana edad se dispone a cruzar —llueve mucho—. Pulsan el botón: ESPERE VERDE.  Llueve mucho.  Miran a su izquierda.  Llueve mucho.  Vienen varios coches.  Deciden cruzar. Un Opel Corsa rojo tiene que frenar y dar un volantazo.  Invade el carril de su izquierda y queda parado.  Le ha faltado nada para cruzar la mediana.   El coche que le sigue está a punto de chocar con él por detrás.  El matrimonio casi es atropellado.  ¿A cuánto se sale de esa rotonda? ¿30 km/h?  La conductora baja la ventanilla y les pregunta por qué han cruzado si el muñequito estaba en rojo y su disco verde.  Ellos la increpan, la insultan, le vocean y, finalmente, le dicen que el semáforo tarda mucho en ponerse en verde y eso quiere decir que está estropeado, y, por lo tanto, ellos tienen preferencia.  ¿Inconscientes o idiotas?  No hay por qué elegir. La mujer se acobarda.  Continua su marcha. 

Soy testigo de esa escena.  No me la quito de la cabeza. Cuando paso por el lugar de los hechos otra vez, salgo de la rotonda, aparco y bajo del coche.  Pulso el botón.  ESPERE VERDE.  Llueve poquito.  Noventa segundos: muñequito verde.  Provocaron un accidente —aunque quedase en nada—, increparon a quien habían perjudicado y se inventaron una verdad y una ley que, posiblemente, fueron a casa creyéndose ellos solos.   Todo por no mojarse.  Ese es nuestro mundo.