No todo vale
No tenemos costumbre de recoger en nuestros artículos citas textuales de otras columnas de opinión, pero hoy haremos una excepción para reproducir un párrafo de Manuel Vicent, cuya prosa admiramos, de su columna semanal del diario El País del pasado domingo.
Tras comentar que los grandes hitos del arte y la arquitectura de Roma se asientan sobre la Cloaca Máxima (obra de ingeniería para evacuar los residuos y construida hace 26 siglos), Vicent escribe que hoy el Estado moderno tiene cloacas por las que transitan crímenes, corrupciones, mentiras, traiciones, injusticias y abusos, para terminar diciendo: “en la actualidad, la Cloaca Máxima discurre a través de las redes sociales (que) se han transformado en esa corriente de odio y frustración que aflora desde el anonimato en millones de tuits llenos de rebuznos, insultos, calumnias, mentiras y venganzas…”
Y continúa: “… poder digital capaz de alterar el curso de la historia solo con los dedos sobre un teclado”. Y termina preguntándose qué hermosa sociedad se puede levantar sobre ese basurero.
También nosotros nos preguntamos si vale todo con tal de alcanzar un determinado objetivo. Y la respuesta es que parece que sí, a la vista de lo que ocurre, en el ámbito político y en el ámbito social. Y mostramos con rotundidad nuestra condena ante semejantes prácticas a las que casi nadie hace ascos, en un momento u otro.
Pero si es preocupante el tono moral que estas conductas delatan y que puede entenderse como consecuencia de una falta de educación en valores personales y cívicos (¿fracaso de un sistema?) es mucho más grave comprobar que se dan también entre personajes públicos, creadores de opinión y personas que administran el poder y en consecuencia la responsabilidad de ser ejemplares.
Comprobamos que se tergiversa la realidad creando un relato que se acomode a sus intereses; se miente sin pudor aún cuando la tosquedad del embuste lo haga increíble (siempre habrá alguno de los nuestros que lo crea y lo trasmita hasta hacerlo viral). Se adquieren compromisos, se hacen promesas públicas buscando palabras imprecisas que luego puedan interpretarse de modo torticero y hasta se pierde la dignidad con conductas que hace muy poco tiempo eran motivo de público reproche.
¿De quién podemos hoy fiarnos?
Es esta una pregunta que tiene una respuesta triste: mejor cerrar la puerta de la confianza para evitar más desencantos y abrirla luego con la máxima cautela, dicen algunos.
Otros rotundamente confiesan no fiarse de nadie. Y así comienza la descomposición de un sistema que tiene su fundamento en la confianza que genera el respeto a las normas que nos hicieron ser un pueblo democrático.
Crece así un ambiente enrarecido en el que abundan la inquietud, el sufrimiento y la inseguridad, caldos estos de cultivo para actitudes que impiden a los sociedades progresar de modo inteligente y que consumen energías sin dar fruto alguno que beneficie a la comunidad.
Terminaremos con otra referencia. Defiende Adela Cortina, en su libro ‘Hasta un pueblo de demonios’, que incluso una comunidad formada por seres que encarnaran el mal en su más alto grado, necesitaría del respeto a unas normas pactadas que generaran la confianza precisa para garantizar su supervivencia.
Y en efecto, de eso exactamente estamos hablando: la supervivencia de una sociedad organizada del modo en que la hemos construido y que hoy es acosada desde los extremos que han crecido en su seno. Se reproduce el relato mitológico, nada nuevo pero con perfiles tecnológicos novedosos.
¿Es mejorable nuestra sociedad? Sin duda. Y mucho. Pero los cambios hay que acordarlos de modo inteligente.
La profesora Cortina da por sentado que los demonios de su relato son efectivamente inteligentes.
Y aquí empieza otro debate, terció con fuerza Adán, aplaudido por Evencio: ¿Qué es hoy ser socialmente inteligente?
Pues queda dicho.