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José Ángel García
José Ángel García
30/01/2023

Un momento histórico

En afortunada coincidencia –a veces así ocurren las cosas– con la aprobación el pasado martes por el Consejo de Ministros de los denominados Planes Hidrológicos de Tercer Ciclo que van a definir las líneas de actuación para gestionar los recursos hídricos en nuestro país desde ahora hasta 2027 (uno de los cuales, el de la cuenca del Tajo, atañe especialmente a nuestra Comunidad autónoma fijando por primera vez para este río un caudal ecológico de gradual aplicación), coincidiendo, me repito, con tan decisivo hecho, dentro del programa de charlas que semanalmente oferta en nuestra capital provincial la Real Academia Conquense de Artes y Letras el geógrafo y catedrático de la Universidad de Alicante Jorge Olcina, uno de los mayores expertos nacionales en cambio climático, hablaba de los crecientes efectos de ese fenómeno sobre precisamente la hidrología –señalando cómo, por ejemplo, uno de ellos, la reducción de precipitaciones, se deja notar ya en territorios tan de nuestra propia inmediata realidad como los de las cuencas tanto del citado Tajo como del Júcar– y de la consecuente necesidad por tanto de adaptación a estas circunstancias de su planificación. Dentro de su espléndida intervención, tan sólida en su base científica como didáctica y amena en su exposición, el conferenciante, tras puntualizar cómo ese cambio climático tan perceptible ya hasta en nuestro propio personal día a día –ahí están para atestiguarlo el mismísimo cuadro de temperaturas del pasado verano y los fenómenos extremos cada vez más frecuentes que venimos sufriendo– testimonia la enorme influencia que, al sumarse a las propias variaciones climáticas naturales del planeta la creciente y por ahora, pese a cuantos convenios internacionales se han venido acordando, aún no frenada acción humana, lo que se llama la acción antrópica, está teniendo llevándonos a la realidad de un clima más cálido, más seco y con eventos extremos que cada vez serán más frecuentes, y tras destacar sus ya palpables efectos tanto sobre la economía como sobre la sociedad, incidía en la por tanto radical necesidad de cambiar esa gestión hidrológica, señalando cómo a este respecto estaríamos viviendo lo que no dudó en calificar de un momento histórico. Una gestión que a su juicio debía planificarse desde la demanda y no desde la oferta y que sin duda debería incluir una decidida mejora de los usos del agua tanto para consumo humano como para su empleo en la industria y en la agricultura, así como cambios en el saneamiento, el acometer de forma seria la reutilización tras su depuración de las aguas residuales, la modernización y optimización de los regadíos, la defensa adaptada a la nueva realidad y lo más natural posible de las inundaciones y desde luego también, especialmente  en nuestro país y particularmente en la vertiente mediterránea la utilización –frente a ya imposibles nuevos trasvases– de agua desalada, un proceso que en un principio tendrá sin duda un coste económico pero que es imprescindible acometer si queremos salvar los hoy por tan amenazados muebles de nuestro devenir. Ojalá, atendiendo a la compatibilización, armonización y compensación de los distintos intereses enfrentados que en tan compleja cuestión concurren, esos Planes Hidrológicos recién aprobados discurran eficazmente por –déjenme que utilice el que tan a mano me viene juego verbal– tales cauces.

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