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La única discapacidad en la vida es una mala actitud

Scott Hamilton, como muchos de nosotros, comenzó tocando una cosa y terminó tocando otra. Inicialmente comenzó tocando el piano, pero decidió no tener solo una ventana para poder contemplar la vida y se vistió de princesa y abrió cinco grandes balcones; su alma fue la de un inconformista metido en su torre con sus cinco ventanitas y desde allí comprendió que las cosas, no son como se nos ofrecen, sino como aparecen a los cinco sentidos a los que Dios nos limitó.

En 1976 Scott Hamilton pasó de ser un simple músico de baile popular a ser un destacado músico cuyo modo de expresión ha sido la innovación y cuyo deseo se ha limitado al reconocimiento de una pequeña, pero selecta audiencia que comprendiese que su actitud apasionada, reflexiva, espontánea y original no era más que el reflejo de su defensa de la justicia y de la dignidad, el reflejo, en definitiva, de su lucha en defensa del hombre, potenciando sus diferentes capacidades y su libertad de palabra y de pensamiento.

Si tuviese alma de poeta y pudiese tocar el saxo como mi admirado Scott Hamilton y sentir, de nuevo, el viento de libertad y la voluntad de justicia de la España de los setenta, me sentaría sobre la falda del Parque Güell para disfrutar de la alegría de la vida en mi querida Barcelona; en aquella ciudad abierta y dinámica, llena de jóvenes sin prisa y con memoria; esa memoria que hace de la lucha por la justicia y la dignidad el común de una ciudad abierta, dinámica y vanguardista. Ahora, los amos de la uniformidad han puesto su empeño en que mi ciudad no sea la ciudad de la fiesta y de los pájaros; la ciudad donde el amor pinta los muros de los parques y une el rostro de las personas; ahora, mi ciudad, perdida la palabra, la libertad y la utopía, ha condenado, a muchos de sus hijos al exilio, al duelo y a cargar con las estatuas de su amo.

Me pregunto... ¿qué nos queda por probar en este mundo de paciencia y asco? ¿Nos queda decir amén o revelarnos y no dejar que nos maten la esperanza y seguir luchando por recuperar el habla y la utopía? Demasiadas noches tengo que discutir con Dios, preguntándole si existe o no existe; y si así es, como lo creo, pedirle que abra puertas entre los corazones propios y ajenos para poder construir un futuro de todos y para todos; y eso, a pesar de los ruines del pasado y los sabios granujas del presente, como diría mi admirado Mario Benedetti.

En pleno siglo XXI, en la ciudad de Cuenca, jóvenes trabajadores con discapacidad intelectual, están sufriendo explotación desde el punto de vista de la ética, tratados como simple mano de obra sin derechos y desde el punto de vista de la economía, usando su esfuerzo, su empeño y su trabajo sin remuneración alguna. Y dicho esto, sin ánimo de echar culpas a nadie, ni hacer ruido o crear debates estériles, porque todas las fuerzas políticas son conocedoras de tan triste realidad; me niego a pensar que la ciudad sea de mentira, a tener miedo de mi manifestación y a pensar que las brujas, si las hay, sonrían a quemarropa.

Querido Scott Hamilton, sin duda alguna no hay mayor discapacidad que una mala actitud; es muy posible que la peor de todas esas actitudes sea la de quien escribe, responsable último de esos jóvenes y que no ha sabido o no ha podido poner en valor el magnífico trabajo que están realizando en los jardines del siglo XXI; todos y todas, a Dios gracias, podemos y debemos reflejar nuestras inquietudes y nuestros temores, sin traspasar nunca la frontera que dañe la dignidad de las personas; no me gustan las estatuas, ni el pensamiento uniforme; no me gusta el inmovilismo ni echar las culpas a los demás, no quiero pensar que la integración es una gran mentira y no puede ser, a estas alturas, que no sepa cómo resolver tan triste situación. Querido Mario Benedetti, maestro, que razón tienes...¡Ya está bien, ya es hora de que me encierren!