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Eduardo Soto
Eduardo Soto
01/04/2022

La huella de esta guerra

Es muy duro lo que voy a contar. Cuando lleguen los desastres del cambio climático todos nuestros males precedentes nos parecerán chorradas. Y el petroprotozar llamado Putin, que dice pretender equilibrar el mundo lanzando bombas sobre inocentes, no hace más que acelerar su llegada.

Llevábamos cuatro décadas de descenso en los conflictos bélicos y de los muertos atribuibles a ellos, atisbábamos un mundo nuevo, a pesar de que los países no habían dejado de gastar en armamento. Pese a los recortes a los que nos obligó la pandemia, todos aumentaron su inversión en Defensa. El mundo se gastó en 2020 más de 2 billones de dólares. USA gastó el 38% de ese total, 778.000 millones de dólares, China 252.000, India 72.900, Rusia 61.700. Es inevitable pensar que para el almacenista es mucho stock cogiendo polvo. Putin ha conseguido lo que no consiguió Donald Trump (quizá sean la misma “cosa”, origen del nacionalismo blanco): que todos los países en la Unión Europea (y, por ende, muchos más) se gasten al menos el 2% del PIB en sus fuerzas armadas. Ha conseguido que vuelva la guerra fría, la era de los halcones y del pavor nuclear, ha matado la esperanza de un mundo racional.

El Instituto Internacional de Investigación para la Paz de Estocolmo (SIPRI) publicó que el año pasado la industria armamentística estadounidense representó el 54% de las ventas de armas mundial. Nuestro gasto en investigación y Desarrollo, el de España, que se ha sumado al 2% de gasto militar, nunca ha pasado del 1,4, lo normal ha sido 1,2. Quizá por eso, porque aquí la ciencia es cosa de opinión, hay todavía políticos y gente corriente que cree que el Cambio Climático es un bulo, una cosa de fanáticos. Se suman como buenos voceros a los descerebrados que claman desde USA que el Clima es una obsesión insana que nos está llevando a la ruina.

A la ruina va una casa que se la está comiendo la carcoma. Al igual que el COVID, el cambio climático es un grave problema global que debemos abordar en conjunto, sin demora, con la información de todos, con el compromiso de todos, sobre todo de los que más han llenado la atmósfera de ese exceso de CO2 que provoca el efecto invernadero, el que hace subir la temperatura, año tras año, no en tu pueblo solo, sino en el planeta, como una fiebre abrupta que empieza por provocar el deshielo de los polos y acaba por desestabilizar todos los ecosistemas del planeta, incluido el agrario, es decir, el comestible, el que necesitas para llenar la andorga al menos tres veces al día.

Oh, la Nación, ese concepto maldito que por desgracia sigue sirviendo de casus belli incluso en nuestros días. Desde que comenzaron las guerras contra el terrorismo internacional en 2001, el ejército de los Estados Unidos ha producido 1.200 millones de toneladas métricas de emisiones de gases de efecto invernadero, lo mismo que producen 257 millones de automóviles en un año. Ahora Putin, para salvar su “Nación”, la madre Rusia, dispara toda la maquinaria de consumo de combustibles fósiles mundial y desconecta la única vía de oxígeno que se le estaba poniendo a la tierra.

No existe un informe público consolidado sobre las emisiones de GEI de los ejércitos de los países de la Unión Europea ni de ningún otro. Los gastos militares están excluidos del protocolo de Kioto y de los acuerdos de París. No se documenta ni se informa de las emisiones que produce la fabricación de armas, ni de las que producen las maniobras y el mantenimiento de los ejércitos. Por si fuera poco el daño que nos hace una civilización basada en la fuerza y la supervivencia del más fuerte (mente armado), las guerras, eximidas de toda responsabilidad, tienen carta blanca para quemar todo el combustible que deseen, nadie va a fiscalizar ese veneno que siembran en la cuna del futuro.

Concuerdo con lo que dice Svitlana Krakovska, científica del clima ucraniana y parte del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático de las Naciones Unidas, “Estamos en una guerra por los combustibles fósiles”. Siempre supe que la guerra anubla la razón y tergiversa los argumentos, que, cuando arranca, la justicia se achanta, la educación se embrutece y la sanidad se enferma. Esta dejará además una huella de carbono indeleble.

Es muy duro lo que voy a contar. Cuando lleguen los desastres del cambio climático todos nuestros males precedentes nos parecerán chorradas. Y no tendremos a quién culpar, ni habrá ocasión de estrenar nuestras flamantes armas recién fabricadas.

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