Hablar de agua
Que nunca llueve a gusto de todos es algo que sabemos y más cuando hablamos del agua de nuestro sufrido río Tajo. Desde que nace en los montes de Frías de Albarracín hasta su desembocadura en Lisboa se trata de un cauce hipotecado por intereses espurios a los de su propia cuenca. Hasta ahora, llueva mucho o poco, crezca el caudal como un jabato o se reduzca a un patético hilo de agua que apenas cubre su nivel ecológico, se ve sometido a inclementes trasvases que mejoran la vida de los agricultores y los golfistas levantinos mientras se reducen las expectativas económicas y sociales de las comarcas cedentes. A pesar de que en muchos de sus tramos el Tajo es un triste espejismo de lo que un día fue, la Comisión del Trasvase Tajo Segura se muestra inasequible a la piedad e ignora por costumbre las amargas quejas de los municipios ribereños que observan cómo, demasiado a menudo, sus pueblos se mueren de sed mientras el canal de hormigón se lleva a otros lares un agua que les pertenece por derecho.
Cierto es que desde que el trasvase funciona han sido numerosos los políticos y las asociaciones que han luchado por un reparto del agua del Tajo más equilibrado, que no desnude a un santo mientras viste con oropeles a otro. Pero los esfuerzos han sido en vano, porque hasta ahora las comarcas afectadas nunca se han mostrado suficientemente satisfechas con las asignaciones del preciado líquido que constantemente se envían a la zona del Segura. Durante décadas la Asociación de Municipios Ribereños de los Embalses de Entrepeñas y Buendía ha elevado sus protestas a distintas instancias, mientras los gobiernos regionales presentaban recursos que jamás han conseguido los fines últimos de obtener compensaciones económicas suficientes y acabar con unas derivaciones injustas sobre una cuenca excesivamente castigada.
Pero la situación tiene visos de cambiar porque el Consejo del Agua de la Confederación Hidrográfica del Tajo ha aprobado el proyecto de revisión del Plan Hidrológico del río, algo que ha motivado el informe favorable de los ribereños, que miran con esperanza un posible nuevo marco normativo que mejore la salud de los pantanos y de los cauces asociados y que dé pasos firmes hacia el fin de los trasvases. Ya han valorado positivamente los cambios introducidos en las reglas de explotación del acueducto y ahora han mostrado cierto optimismo porque parece ser que podrían darse pasos importantes, aunque todavía insuficientes, en la mejora del caudal ecológico del Tajo, especialmente a su paso por Talavera de la Reina y Toledo. Los últimos comunicados de la Asociación de Municipios Ribereños parece que de momento se alejan de la acritud acostumbrada y dejan entrever cierto optimismo que comparte también el Gobierno regional ante una nueva voluntad política que intuyen en el seno del Ministerio para la Transición Ecológica.
Ante este nuevo panorama que parece abrirse en el horizonte se hace necesario esperar para comprobar cómo asumiría estos previsibles avances la cuenca beneficiaria de los trasvases. A nadie se le escapa la potente influencia política que desde hace décadas ejercen los regantes murcianos y valencianos. En Castilla-La Mancha estamos acostumbrados a comprobar que, con demasiada frecuencia, los intereses económicos de las grandes corporaciones agrícolas se han impuesto sobre el derecho natural que las cuencas cedentes deben tener sobre el agua que discurre por sus territorios. Y allí se juegan más votos que aquí las diferentes fuerzas políticas. En cualquier caso, es indudable que el Tajo merece el máximo respeto, porque, llueva más o llueva menos, sigue siendo el río más largo de la Península Ibérica... y eso imprime carácter.
