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Eduardo Soto
Eduardo Soto
19/03/2022

La guerra, la memoria, la paz

¿Hace falta decirlo? Las guerras no producen ningún beneficio en el bien estar mundial, todas llevan aparejado un sufrimiento absolutamente innecesario. Las guerras inyectan desánimo y desesperación a los que las soportan directamente y también a todos los que las observan y se compadecen, las guerras generan enfermedades físicas innúmeras, sus dolores y mutilaciones lacran una generación y, lo que me parece inmensamente grave, la guerra es una enfermedad mental que se transmite de padres a hijos, que incrusta su estilete de odio en la médula espinal y hace que el terror y la necesidad de venganza se prolonguen durante décadas, a veces siglos después de que enmudezcan los cañones. Es obvio que elevan las cifras de la muerte innecesaria, pero es que además, y lo estamos sintiendo, las guerras colapsan el comercio, tumban las bolsas, hacen temblar a los mercados financieros, suben la inflación, bloquean las exportaciones y las importaciones, hacen caer la economía y generan esas crisis que en poco se enquistan, desactivan los impulsos de las bonanzas y de las buenas intenciones, desvían los fondos para la recuperación (say goodby a los New Generation), pudren las amables relaciones institucionales y paralelamente fomentan todo tipo de ilegalidades, de amenazas soterradas, de abusos sociales y corrupciones que asientan el desarrollo de sombrías organizaciones criminales que luego son muy difíciles de erradicar. Solo se benefician de ellas los fabricantes de armas.

Es lógico que pensemos que detrás de muchas guerras existe un lobby del armamento alentándolas, encendiendo la mecha o arrimando el barril de pólvora. ¿Podemos seguir siendo tan ingenuos e incapaces para no desactivar ese genuino disruptor de la razón que es el armamento? Me dirán: mal momento para poner fin a la producción de armas. Si una bala hubiera ya atravesado el pecho de su hijo o un obús derrumbara la casa sobre la cabeza de su madre no pensaría lo mismo. Siempre es buen momento para hablar del pacifismo. Hoy todavía nosotros vivimos en paz, nuestros ojos lloran por lo que ven o leen de la guerra, no por el humo de las bombas, el polvo de los escombros o el desgarro de la muerte. Sonroja oír de “conversaciones de paz” en medio de la irracionalidad de la guerra.  La paz es el mejor momento para desactivar la guerra futura, no lo olviden.

Resulta irrelevante a la razón que a estas alturas las potencias usen un país para mear y marcar con sus hormonas de fuego el destino de su geoestrategia. La idea de socios que lo son para la guerra y la destrucción en vez de para la cooperación y la construcción es aberrante. Las guerras proxy, que visualizan ambiciones desmesuradas del enemigo y competencias irreconciliables, no nos conducen hacia ningún futuro novedoso sino a la repetición de esquemas que anticipan el enfrentamiento y recalientan la guerra fría. Pido aquí a los razonables que se unan para remover de una vez por todas esa idea que deploramos todos de que la ley la hace la fuerza bruta a través de la violencia. Ojalá esta sea la guerra que sin llegar a más rubrique el medio para el fin de todas las guerras, el origen de un mecanismo de presión económico (incluyendo los paraísos fiscales), diplomático y político de consenso mundial que sirva de eficaz disuasión para todo el que ose abusar del poder con las armas. De la rabia y la depresión de la guerra de hoy debemos recolectar las fuerzas en la memoria para en cuanto haya ocasión acabar con la era de las armas.

Recuerden cuando estemos bien, si llegamos a ello, la apremiante obligación que tenemos de iniciar la reducción de la maquinaria bélica hasta su desaparición, por acuerdo y conjunto. Es durante la paz cuando se puede y se debe dialogar para eliminar el poder del amedrentamiento de los vetos unilaterales en el seno de las decisiones de las Naciones Unidas y otorgarle así a la ONU el poder que precisa para ser un órgano taxativo, principalmente en lo referente a todo aquello que tiene que ver con los conflictos bélicos. Estas decisiones han de ser globales, dialogadas, transparentes. Ahora vemos lo prioritario que era reclamar y desactivar completamente la amenaza por la fuerza nuclear.  

Estamos en ese momento tonto en el que puede pasar cualquier estupidez irreparable. Hemos alcanzado un grado inimaginable en el consenso de urbanidad y en el sentido bondadoso que contiene nuestra humanidad. Hemos hecho descubrimientos asombrosos, inventado la telecomunicación mundial, hacemos milagros médicos, avances sanitarios, mejoramos los derechos y la educación. Si de veras nos creemos más listos que los animales demostremos que mejor que las armas es nuestra inteligencia compartida.

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