En Fiestas

Bien ya están aquí, ya vuelven a estar aquí, un año más, recién estrenadas, las sanjulianeras celebraciones de agosto de nuestra capital prestas a abrirse en torno nuestro como un beso, como un abrazo, como un sueño, noria de ilusiones, plural oferta de juego y regocijo, dispuestas a derramar, a esparcir el remolinero empuje de su voy y vengo para por unos días, codo a codo con el propio soplo compañero del verano, la estación más propicia sin duda para ello, aflojarnos el corsé de la rutina y hacernos sentir más sueltos, más informales, menos gravemente responsables, más niños incluso al aire en comba de unos días distintos, diferentes. Para, mientras duren, mientras nos duren, hacernos olvidar, en parte al menos, los afanes y problemas cotidianos embarcándonos en el dédalo en danza de su jaranero aquí estamos al socaire no sólo de las mejores o peores ofertas de su oficial programa sino, sobre todo, al aire del por ellas propiciado encuentro con los demás, con nuestros habituales convecinos, con cuantos por estas fechas regresan a la ciudad, a su ciudad de origen, para reencontrarse las raíces y también con quienes, llegados de donde sean, nos visitan para en ese colectivo hola ¿qué tal?, hallarnos también, un poco al menos, con esos otros yoes infantiles que más o menos soterrados u ocultos, tantas veces hasta olvidados, llevamos dentro, vuelto su discurrir invitación abierta a aventarnos un algo la vida al hilo de su bamboleo y su trajín, a descubrirnos, a autodescubrirnos en ellas, con ellas y por ellas también, cual ellas, a la par únicos y múltiples, iguales y diferentes, el cómo somos al alimón con el cómo fuimos o incluso el cómo podríamos o habríamos querido ser. Porque las fiestas –rito repetido, celebración reiterada, siempre iguales y siempre distintas– qué sentido tienen si no es el de cantar a la vida volteándonos las memorias de lo diferente y distinto tan por desgracias a diario demasiado enterradas en el apelmazado suelo de la costumbre. Así que permitidle a este articulista que, dando de lado sus habituales temas e incluso puede que su acostumbrado tono y acordándose de que una vez tuvo el honor, hace años, de ser su pregonero, vuelva en cierta medida a investirse de tal y entregándose al optimismo de su jaranera llegada os anime a gozarlas, a que las gocemos, a que las disfrutemos entregándonos sin reparos al tremoleo de su girar; a que os incite a que nos dejemos a llevar en el trenzar y destrenzar de su baile, que tiempo habrá, cuando, ¡ay! acaben, de volver a enfrentarnos con las trampas, engorros, inconvenientes y tropiezos que el existir nos vaya poniendo por delante. Queridas lectoras y lectores: felices fiestas, felices celebraciones de San Julián.