Exclusión

El consejero de Educación de la comunidad de Madrid, portavoz del gobierno de la señora Ayuso, se tomó a broma recientemente el informe de Cáritas en el que denunciaba un incremento del  24% en el número de personas en situación de exclusión social en esa región, con respecto al que había antes de la pandemia.

Y lo hizo con un gesto histriónico, pues simuló que buscaba a los pobres en el suelo y en el entorno de la tribuna tras la que hablaba, mientras se preguntaba: ¿Dónde estarán?

Si hubiera salido de la comodidad de su moqueta y hubiese caminado por las filas del hambre en el entorno de los centros a los que acuden para poder comer cada día, si hubiese hablado con los que confiesan que no tienen para pagar la luz y el alquiler o con los que no pueden calentar sus hogares o no les alcanza para comprar ropas de repuesto para ellos o sus hijos las magras ayudas que reciben, si hubiera preguntado a los que dicen comer mucha  pasta y poca carne o pescado los habría conocido.

Y ellos le hubieran conocido a él y quizás le hubieran pedido hacerse un selfie con la esperanza de que con su móvil en el bolsillo de su chaqueta los habría llevado cerca del corazón generando empatía para que su actividad política buscando soluciones, estuviera impregnada de empatía y alumbrada después por la razón, vamos por la inteligencia.

Quizás después habría pedido perdón y hasta presentado su dimisión por un comportamiento hiriente con las víctimas de su broma, entre otras a la ONG cuyo informe cuestionó.

Tras esa actitud añadió: “si hay tres millones de pobres aquí (región rica donde las haya en términos de macroeconomía) habrá que ayudarles”.

No nos consta que dijera cómo pensaba hacerlo su gobierno. Pero nos puede dar alguna  pista lo afirmado por la presidenta regional esta misma semana. Ahí van dos perlas.

Ayuso dijo:”todo lo que no sea bajar los impuestos es perder el tiempo”.

Y también aseguró que del precio del combustible que pagamos el 57% va a parar al bolsillo de Pedro Sánchez, en alusión a que engorda las cuentas del presupuesto del gobierno.., es decir su  capacidad de gasto.

A la primera afirmación habría que preguntar a la presidenta: ¿Y si bajan los impuestos, como “ayudar” a los pobres a vivir, no a salir de su pobreza sino simple y llanamente a sobrevivir? Si con los ingresos actuales (los gobiernos solo se financian con tributos) ha crecido tanto la pobreza, la exclusión, ¿cómo podríamos frenar el crecimiento de esa lacra social y después invertir la tendencia al deterioro que revelan los datos y convertirla en una nueva política que reparta la riqueza creada y devolver a tantos la dignidad perdida?

A la cuestión de los precios de la energía unas matizaciones que creemos certeras.

1ª.- La carga tributaria asignada por la presidenta, aún siendo alta, no es la que ella refiere. Lleva el agua a su molino que no es otro que el mantra de que los gobiernos sobrevivan sin ingresos directos.

2ª.- la distribución de esos ingresos no se los “queda” el gobierno de España para sus gastos. Son tributos que se pagan al ESTADO ESPAÑOL que también lo forman las comunidades autónomas, los Ayuntamientos y las diputaciones, cabildos etc. y precisamente a esas instituciones del Estado se transfieren desde el gobierno de España la mayor parte del impuesto sobre la energía y el IVA que graban nuestras facturas. (Dicho esto sin que sigamos sin explicarnos por qué el impuesto al valor añadido se aplique también a la liquidación del tributo sobre la energía.

Parte de esos dineros sirven para pagar las competencias transferidas, entre otras la educación, la sanidad y los servicios sociales, que forman parte de la arquitectura de derechos fundamentales recogidos en la CE y las leyes que la desarrollan con desigual fortuna, por cierto.

Claro que hay una forma muy eficaz de “ayudar a los pobres”, a los excluidos, que consiste en declararlos primero invisibles (como hizo el consejero) y después en inexistentes.

Hay quien asegura que Feijoo habla por boca de Ayuso. Otros afirman que es al revés  pues el futuro jefe teme llevarle la contraria. En fin, queda dicho.