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Julio Magdalena Calvo
Julio Magdalena Calvo
27/05/2020

El espíritu de la transición

Para salir de la terrible y dolorosa situación que nos está tocando vivir, se está invocando a “el espíritu de la transición” como el instrumento de acuerdo y concordia por antonomasia, mediante el cual se consiguió pasar de un régimen autoritario a una democracia, plasmándose documentalmente en los denominados Pactos de la Moncloa, acuerdos políticos, pero sobre todo económicos que permitieron otorgar la suficiente estabilidad para que se erigiera la Constitución española de 1978, norma suprema que auspició la consolidación del nuevo sistema democrático.

La invocación no solo es loable, sino que es, según mi modesta opinión, el único camino valido para que la llamada “Comisión para la reconstrucción” tenga el éxito que todos (o casi) deseamos, pero he de confesarles que soy escéptico a que pueda emular los éxitos de los Pactos por dos razones: la sociedad y la clase política

La sociedad, porque en aquella época, tanto los mayores como los jóvenes conocíamos por vividos los resultados de una guerra y una posguerra (aquellos) y de vivir en una dictadura (todos), aunque tanto la guerra y la posguerra como la dictadura no les había ido a todos por igual ni mucho menos, dependiendo de su pertenencia a vencedores o vencidos, y, en consecuencia, su situación y su ideología eran diferentes y antagónicas, mientras que en la actualidad los jóvenes no han conocido más sistema político que la democracia y en los de antes, ahora ya mayores, los años transcurridos han ido borrando el tiempo pretérito, afortunadamente.

La clase política, porque los actores de los Pactos de la Moncloa y los dirigentes actuales se parecen lo que un huevo a una castaña -disculpen la expresión-, y la categoría personal, la experiencia vivida y la altura de miras está a años luz del los que hoy lideran los partidos políticos sin excepción. Para hacerse una idea mejor de lo que les estoy diciendo, vayan a Google y comparen en fotos fijas a los dirigentes en cuestión y, después, opinen.

Se dice que la clase política es un reflejo de la sociedad, pero pudiendo ser verdad dicho aserto, no es menos cierto que el comportamiento de los políticos se refleja en la actitud de los ciudadanos en general, en una especie de imitación paternal de una praxis, que, sin analizar su valor e impacto, se repite en un alarde de parecerse a su progenitor, ampliándose hasta la radicalización en cada vez más frecuentes y negativas actitudes.

El error de aplicación de esta metáfora es que el ciudadano siempre ha de comportarse como mayor de edad y no como un adolescente sin conocimeinto ni sensatez y, por ende, cuanto más valido sea el ejemplo de un padre mejor será el efecto educacional de los hijos, haciendo buena la frase de Rousseau “Un buen padre vale por cien maestros”, aunque si los cien maestros son también comme il faut, el resultado individual y social sería insuperable.

No obstante todo lo escrito, los animo a que, por hechos demostrados de la sociedad (ustedes) y de la clase política (nuestros representantes), refuten categóricamente mis malos augurios, porque estoy deseando equivocarme por el bien de nuestra sociedad, de nuestros políticos y, en conjunto, de nuestro país.

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