Esos viejos kioscos
Reliquias de un pasado urbano no tan lejano –especialmente el segundo– los quioscos hoy sin oficio ni beneficio de la avenida de Castilla La Mancha junto al Parque de Santa Ana y de la calle Aguirre cabe los jardines del Palacio de la Diputación de nuestra capital son, a más de mojones sentimentales del ayer de muchos conquenses, ejemplos en su actual situación de lo que bien cabría considerar una cierta desidia accional municipal.
Santuario el primero de golosinas y chuches para sucesivas generaciones de conquenses infantes, tan cerca no sólo del jardín del Vivero, cual por otro nombre se ha también nombrado siempre el arbolado recinto casi aledaño al Júcar y del capitalino coso taurino sino del escolar bullicio del también tan inmediato colegio público y por tanto de su curso tras curso mantenida demanda, cotidiana ventanilla por su parte el segundo también durante años del aquí y ahora de la prensa diaria y del juego informativo o divertimental de la varia oferta del abanico revisteril hoy tan en el filo por el paulatino abandono de su demanda por las más jóvenes hornadas más volcadas al toma y daca en sus pantallas de las redes sociales, uno y otro ostentan actualmente la cicatriz de su estado de abandono convertido aquél en pura verdadera ruina imposible de disimular pese a la valla que pudorosa inútilmente intenta ocultar su descangallada estampa –menos aun cuando el de tanto en tanto incivil comportamiento de algunos viene con su deterioro a convertir tal visual protección en algo semejante a una atomatada antigua media femenina– y en camino si nadie, mire usted, nos lo remedia, de encaminarse el otro a su vez a un similar estado de desgaste, deslustre y desmejora.
No es probable, por supuesto, que ni el uno ni el otro vayan a retornar a la función que en su día desempeñaran –crucen los dedos por el futuro del único representante que aun nos queda, el todavía en activo templetillo inmediato al edificio donde otrora se ubicara el desaparecido Teatro Cine Xúcar– pero, huyendo desde luego de la radical decisión – no por favor – de eliminarlos, ¿no cabría si no el darles, tras su restauración quizá otra función –no sé, quizá, se le ocurre a este articulista, como taquillas de espectáculos o eventos o puntos de información ciudadana–lo que sería sin duda lo óptimo, al menos recuperar la dignidad arquitectónica de uno y evitar el progresivo desmedro del otro?.
Todo desde luego menos dejar que ambos, que esos para tantos de nosotros entrañables simbólicos vestigios de nuestra propia historia, sigan ahí desmoronándose y convirtiéndose, para vergüenza nuestra, en ignominioso baldón y afrenta para nuestra urbana realidad de hoy.
