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Cincuenta años después de Franco

Este jueves celebrábamos el 50º aniversario de la muerte de Francisco Franco.  Y lo seguimos celebrando, porque es de bien nacidos condenar una dictadura fascista y festejar una efeméride que recuerda su final, a pesar de que el dictador murió libre, a los 82 años y en una cama de hospital.  Gran parte de sus represaliados no pudieron decir lo mismo y muchos de ellos aún yacen en cunetas anónimas a la espera de que, de verdad, se cumpla una Ley de Memoria Histórica que avanza con pasos tímidos y no pocas dificultades.  Medio siglo ha pasado desde que un Arias Navarro con gesto funesto hacía oficial lo que ya llevaba semanas esperándose y lo que muchísimos españoles, del exilio y del interior, anhelaban para recuperar una libertad que acabó con un golpe de estado en 1936 y apagó violentamente y de un plumazo las luces que se vislumbraban con el retorno de la República.

Cincuenta años después de la muerte de Franco y 48 años después de las elecciones generales con las que regresaba la democracia a nuestro país, cabe preguntarse si la sociedad española coincide en considerar que España sufrió mucho con una dictadura que durante 40 años gobernó con mano de hierro y sumió a la nación en un atraso socioeconómico que está costando recuperar. El avance constante de la ultraderecha, la implementación de políticas reaccionarias asociadas a la connivencia del Partido Popular con VOX y las continuas apariciones de jóvenes fascistas, y no tan jóvenes, impunes en las calles de muchos municipios ponen en entredicho la sensación que pocos años atrás teníamos acerca de la madurez democrática en una España moderna que miraba al futuro con optimismo.   Ahora, a muchos se nos erizan los vellos cuando vemos y oímos a críos todavía imberbes cantando el “cara al sol” y haciendo el saludo nazi arropados en banderas preconstitucionales. 

Observando la deriva de estas personas hacia posicionamientos que creíamos olvidados, no podemos dejar de sospechar que, a pesar de todos los avances progresistas conseguidos en estos 50 años, hemos suspendido claramente las asignaturas de Historia y en educación y hemos permitido que muchos estudiantes crecieran en la ignorancia sobre lo que realmente sucedió desde el 18 de julio de 1936 hasta el 20 de noviembre de 1975. Y tampoco hemos avanzado mucho en cuanto al cumplimiento de leyes tan ambiciosas como la de Memoria Democrática, porque seguimos asistiendo a alardes de apología del fascismo, continuamos viendo cientos de símbolos franquistas en ciudades y pueblos, docenas de represaliados siguen en fosas comunes y no hemos sido capaces de ilegalizar fundaciones y partidos que ensalzan  las figuras de un dictador fascista y sus acólitos cuyos liderazgos acabaron con cientos de miles de vidas, mantuvieron una encarnizada caza del adversario político  y sumieron en la oscuridad a toda una nación durante décadas.  En las actuales circunstancias, aterra recordar aquella famosa frase atribuida al filósofo español George Santayana: “ Aquellos que no pueden recordar el pasado están condenados a repetirlo”.