Eliminar la violencia contra las mujeres

Estos días estamos asistiendo a uno de los espectáculos más lamentables que se pueden contemplar en las tribunas de unas Cortes generales. En los debates relacionados con la Ley de Garantía Integral de Libertad Sexual, peyorativamente denominada "del sí es sí", hemos podido escuchar verdaderas barbaridades dirigidas no sólo contra la nueva normativa sino contra una de sus principales valedoras, la ministra de Igualdad, Irene Montero. Destacados y destacadas representantes de las derechas han soltado lindezas como que la ley está hecha para reducir las penas por delitos sexuales, hasta que la ministra Montero es una inútil, o que está ahí por haber sido fecundada por un macho alfa. Verdaderamente provoca vergüenza ajena y descorazona el hecho de que se puedan permitir sin castigo ese tipo de improperios en sede parlamentaria, más propios de bestias sin seso que de políticos que trabajan en un país democrático.

   Cierto es que la ley debería haberse pulido mejor antes de promulgarse, porque resulta evidente que deja lagunas por las que se están reduciendo algunas penas en cumplimiento de la norma que dicta la retroactividad de una ley cuando beneficia al reo, pero ello no debe dar pábulo a insultos personales salvajes contra una responsable política que, si en algo destaca, es sobre todo por su lucha sin cuartel por la igualdad de género y contra la violencia machista. Se puede atacar su gestión, pero de ahí a arremeter contra su vida privada va un trecho muy largo, porque una cosa es la libertad de expresión y otra el lenguaje barriobajero y tabernario que están luciendo algunos parlamentarios y ediles de las derechas. Igual que se persiguen judicialmente declaraciones de artistas, actores o raperos, quizá la Fiscalía debería actuar de oficio contra actitudes que lo único que provocan es enfrentamientos y apologías de la violencia verbal, violencia que puede ir, y de hecho va en muchas ocasiones, más allá de las palabras. 

   Y ahora que en todo el país se realizan actos y se proclaman manifiestos contra la violencia de género, surgen datos muy preocupantes como, por ejemplo, los que indican que muchos jóvenes, y no tan jóvenes, niegan la violencia de género o la enmascaran en conceptos abstractos como "violencia intrafamiliar".  Lo cierto es que teniendo en cuenta los comportamientos que hemos descrito más arriba, procedentes de personas elegidas democráticamente, no nos extraña que mucha gente los imite y los jalee como pilares básicos de unas tendencias políticas más cercana al fascismo que al ideario democrático.  Esperemos que algunos de nuestros representantes políticos reflexionen y tengan en cuenta que están al servicio de la ciudadanía y no para hacerles el caldo gordo a quienes creen que insultando calará más su mensaje.