Los cachorros del holocausto español
Con frecuencia se compara la dictadura franquista con la realidad política de la Alemania nazi. No es correcto. Hay, en primer lugar, una diferencia social y política: los cómplices del régimen nazi eran la inmensa mayoría del pueblo alemán, mientras los españoles, de una forma u otra, de un bando u otro, de una u otra ideología, estábamos repartidos casi por igual; nacionalistas y republicanos militábamos prácticamente empatados, y así es, todavía, en una guerra interminable. Y en segundo lugar, la horripilante barbarie nacionalsocialista fue brutalmente descrita, enseñada y analizada después de la derrota, de modo que todo alemán está conveniente, detallada y valerosamente aleccionado desde la escuela con la eficacia germánica que les caracteriza, conscientes de una pasada experiencia bien conocida y compartida por todos, incuestionable, sin lugar a dudas, impartida con la saña cruel de la repugnante realidad histórica, que produce el mea culpa criminal en la conciencia de un pueblo mayoritariamente responsable de aquellas atrocidades, sin la posibilidad de ser negada o adulterada, sin piedad consoladora, porque no lo merecían y lo saben; además, el mundo se lo ha hecho saber sin tapujos: son los malos de la película de siempre.
En cambio, aquí en España, los crímenes de la guerra y la retaguardia del bando rebelde, que eran muchos más -ahora lo sabemos bien-, y posteriormente la repugnante e inacabada revancha ejecutada en nombre de Dios y del Caudillo, fueron cínicamente silenciados o falseados en un proceso de justificación moral e histórica del delito, en base a una narración fraudulenta, tergiversada para justificar el Alzamiento. Mientras la República pudo frenar los crímenes de la chusma vengativa incluso mucho antes de acabar la fase de combates, los rebeldes siguieron perpetrando sus crímenes, y alargaron la guerra sin miramientos hasta la misma muerte del tirano enano y barrigón, cuya imagen repugnante se proyecta mentalmente hasta hoy mismo.
Y lo que ahora importa: la ausencia de un período crucial de didáctica, de planes de formación moral y democrática, y no obstante la existencia actual de una literatura histórica culta, bien informada y esclarecedora, han dado en una distorsión monstruosa de la memoria histórica cuyas consecuencias nos caracterizan y nos impiden contemplarnos como lo que somos: una nación incapaz de enfrentar sin tapujos, en primer lugar, nuestra indignidad diseminada en miles de fosas/cunetas, sembradas de los restos orgánicos que nos espetan a la conciencia la evidencia de nuestra cobardía histórica y moral. Somos un pueblo que huye irresponsablemente de su pasado fétido y maloliente sin mirar atrás para no morir asfixiados por los gases de la putrefacción que nos acosan, impidiendo la regeneración moral necesaria para respirar a pulmón batiente, con la exuberancia y el justo orgullo de la conciencia tranquila, es más, jocunda, exultante, alborozada, de otros pueblos.
En segundo lugar, y como inmediata consecuencia, parece que repunta la cosecha maldita de las flores del mal, materializada en una escoria juvenil ridículamente añorante de una realidad que nunca conocieron. Nuestra mal asentada/entendida democracia, caracterizada esencialmente por la división paritaria e insoslayable entre vencedores y vencidos se llamen ahora como se llamen, recibe a todas luces el castigo merecido a las vergüenzas silenciadas de la realidad histórica, incapaces de ocultar las lacras de la conciencia. La ridícula existencia de esa nueva jauría vocinglera y despreciable no es un fenómeno aislado y sin consecuencias: son con certeza, estadísticamente, los descendientes biológicos de esa España vergonzante que sostuvo la Dictadura asesina; es lo que han mamado desde que nacieron en sus cuchitriles nostálgicos.
No, no es que estén engañados y vayan a ser fácilmente convencidos de lo contrario. Hoy día, la juventud posee un grado de información que antaño era excepcional o infrecuente; ahora, los errores de concepto no se corrigen con el conocimiento, sino que se agudizan con escusas insuficientes y se consuman sin rectificación racional. Esos bravucones intelectualmente limitados son el repunte de una corriente revisionista que amenaza nuestras vidas, y que en otros tiempos fue la bandera política de enganche de una rebelión armada asesina, como la de aquellos africanistas sin escrúpulos que sembró las cunetas y las tapias de los cementerios de huesos y de vergüenza fascista. Salvando las distancias, serían los criminales perpetradores de la, por ahora, hipotética dictadura que pretenden, al igual que aquellos asesinos que la impusieron en un pasado que nunca muere, aunque ya no es necesario el recurso a las armas: basta con ganar las elecciones; si ello sucediera, viviríamos una transformación insoportable que para algunos de nosotros sería como la muerte en vida.
Es preciso tomar cartas, aislarlos socialmente y hacerles sentir, en la medida de lo posible, su miseria mental incipiente, antes que esa mar rizada derive en un temporal de orina y excrementos que nos ahogue a todos.