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Eduardo Soto
Eduardo Soto
23/04/2022

La bondad de los ciclos

Después del último artículo algunos amigos se sorprendieron de que me mostrara tan optimista con lo que hemos aprendido del COVID. Después de mi penúltimo había recibido opiniones para que no me pusiera tan dramático, me dijeron que hasta 2050 no tendríamos ese problema encima, que era más urgente parar a Putin. No soy ciclotímico, soy más de dar cal y de dar arena.

Hay un público que a la proximidad del cambio climático responden con una expresión que no sé exactamente de dónde han tomado pero que indefectiblemente parece hacerles sentirse bien, como si fuera el argumento definitivo, la explicación irrefutable: “Son ciclos”. Asumen, sospecho, que la historia se repite y que el clima sube y luego baja, como las mareas, como las fases de la luna. Que, como el ciclo menstrual, el cambio climático viene, sí, pero, no hay de qué preocuparse, luego a luego se va. 

No, la naturaleza no funciona como el eterno retorno de Nietzsche ni como el día de la marmota de Atrapado en el tiempo. La naturaleza no ha parado nunca de cambiar, ni un minuto, su flecha de transformación, que podemos llamar, simplificando mucho, evolución, no cesa de volar hacia adelante. Todo la influye, todo la muta. Desde los meteoritos que la golpean, hasta las pedorretas de las bacterias. Su intrincada red de infinitas interconexiones reacciona a todos los estímulos, hasta el más pequeño la perturba, del mismo modo en cómo se conmueve nuestro cerebro por un olor insignificante, solo que lo hace a nivel planetario.

Los que no quieren creer a los científicos se autoconvencen de la bondad de los ciclos ignorando que esos supuestos lapsos (¿centenarios, milenarios?) repetitivos no les van a esperar ni a ellos ni a sus hijos cuando la noria vuelva a traer buenos tiempos. Los científicos son unos sobrados que se dejan comprar pero ellos corren a llamar al médico cuando su hija tiene unas décimas de fiebre, osan decir que la energía nuclear no implica ningún riesgo y compran un herbicida químico o una semilla modificada genéticamente, sin pajolera idea de cómo funciona la química ni la genética. Estos son los mismos que no toman precauciones si no se las exigen, que esperan a que los gobiernos les impongan esfuerzos porque ellos no son capaces de asumir responsabilidades personales, y mucho menos colectivas. Y son los que, llegado el momento de la desgracia, se levantan los primeros para quejarse, culpar al gobierno de imprevisión y negligencia, vociferar, patalear, pedir indemnizaciones y la cabeza de los culpables. Si la cosa se pone negra, están dispuestos a coger un arma para solucionarlo. Sus referencias para tomar decisiones tienen que ver con la inmediatez, con resultados que solventen sus problemas del ahora. Usan la información de forma parcial y para lo que más les conviene hoy, ignorando así el más importante valor de la ciencia: observando y sacando conclusiones razonadas de los resultados de determinados fenómenos podemos obtener fórmulas o leyes que pueden predecir lo que puede pasar en el futuro (para prevenir).  

Por eso hay que explicarlo otra vez y las que sea necesario. La concentración de CO2 en la atmósfera no es normal, ni se corresponde con un ciclo natural. No es resultado de los gases volcánicos, ni hay huellas en la estratigrafía del hielo de episodios similares. Esa sobredosis que hemos inyectado en la estratosfera con la quema de nuestros combustibles fósiles es anormal, exagerada, antinatural. Quede claro, no es parte de un ciclo, ni siquiera de uno de cientos de miles o millones de años. El exceso de CO2 y de los otros Gases de Efecto Invernadero (GEI) en la atmósfera, generan eso: el efecto de subida de temperatura que sentimos cuando entramos en un invernadero.

El Cambio Climático no llegará en el 2050, nos afecta hoy, lleva 30 años afectándonos, como lo saben bien los enólogos y los viticultores. Sus perjuicios ya se están notando en las migraciones climáticas, en esos menas que tanto nos molestan saltando nuestras fronteras, en la desestabilización de la globalización agroalimentaria, en la desaparición de los hielos polares y en la muerte de las barreras de coral, viveros de los peces, que provoca que suba el precio del pescado. Habrá tormentas más destructivas y olas de calor más intensas, quizá los de los ciclos piensen que eso lo soluciona un buen techo y un aire acondicionado, quizá les desanime saber que desaparecerán muchas playas, quizá ni eso. Antes, como hoy, verán o sufrirán las guerras del gas, las del petróleo, consecuencia de no tomar medidas cuando se ha advertido de la urgencia. Tristes consecuencias de sentarse a esperar a ver si el ciclo vuelve y lo arregla todo.

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