Asesinato machista

De repente pasa. Cuando esperabas la Semana Santa pendiente de si va a llover.  Te das cuenta de todos los procesos que están en marcha e ignoras, y de que esas cosas también pasan en Cuenca.  Como no podría ser de otra manera, la noticia se difunde rápidamente y hiela el alma de la ciudad. No es la primera vez; cada vez que pasa recordamos que no es la primera vez.  Lo siento, creo y siento, como todos los conquenses y no conquenses. No me cabe en la cabeza otra cosa.  

Debería ser importante, en esto, no hacer política de mesa camilla.  Es importante llamar a las cosas por su nombre y que ese nombre no tenga banderas ni color.  No es un asesinato intrafamiliar —resulta hiriente, lo siento, el simple hecho de escribir el eufemismo—; es un asesinato machista, un caso de violencia de género. Y, como tal, hay que condenarlo.

No se puede consentir. No se puede seguir así. No se puede jugar con esto. Porque ninguna es una más en la estadística; aunque parece que no nos damos cuenta hasta que no le ponemos un nombre y una vida.  Repito —las veces que haga falta aunque resulte inútil—: hay cosas que no ofrecen discusión alguna, cosas que no son objeto de debate y no deberían figurar, ni de soslayo, en programas ni pactos políticos. 

Esta columna se publica el viernes, por lo que pido perdón a familiares y amigos, si estas letras hacen más presente lo sucedido y remueven su dolor.