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José Ángel García
José Ángel García
13/12/2020

Árboles, alcorques y contradicciones

¿A ustedes qué les parece el hecho de que la construcción de una vía urbana incluya la realización en su acera de una serie de alcorques –se supone, lógicamente, que destinados a la posterior plantación en ellos de árboles– que a continuación son tapados con una capa de cemento? Es algo para cuya calificación este modesto articulista, la verdad, no acaba de encontrar el vocablo justo sumido en la duda de si tildarlo de contradictorio o de paradójico. En principio me inclinaba más por lo primero ya que el diccionario de la Real Academia Española de la Lengua que de inmediato, devoto cual de él soy, acudí a consultar, define la contradicción, en su segunda acepción, como contrariedad o antagonismo, vocablo este último que a su vez describe como “oposición sustancial o habitual”, pero a su vez me atraía también la posibilidad de tildar el aludido hecho del alcorque inutilizado para ser tal alcorque por los propios que lo realizaran, de paradójico aunque, la verdad, el que en la definición de este vocablo como “hecho o expresión aparentemente contrarios a la lógica”– entre esa precisión de “aparentemente” me causaba cierta desazón ya que ello implica la posibilidad de que, por debajo de una primera impresión, lo así calificado pueda no ir en realidad contra esa lógica contra la que parecería atentar; no obstante también me daba baza a su favor el que esta palabra provenga del latín “paradoxa”, plural de “paradoxon” que significa “lo contrario a la opinión común”, y tenga, a su vez, origen en la lengua griega con un significado que podría traducirse como inesperado, increíble o singular, que me parecen más que aplicables al citado hecho concreto… Bueno, el caso es que ante la dificultad de concretar a la perfección el calificativo les dejo a ustedes, lectores de estas líneas, la decisión de emplear uno u otro o, si prefieren tirar por la calle del medio y usar ambos a la vez para calificar el citado contradictorio o paradójico hecho que hoy por hoy se da realmente en el Camino de El Terminillo, en nuestra capital, en concreto en su tramo digamos moderno, el que discurre por delante, por ejemplo, del Centro de Empresas o la granja escuela de la asociación Aspadec, y enlaza con las ya realizadas vías que discurren ante el que será ese nuevo Hospital de la ciudad cuya terminación está en principio prevista para 2023. Y tras tan abstrusa introducción hoy –perdónenmela– de mi semanal comentario, digamos que no he podido por menos que traer a este rincón periodístico el que no pueda dejar de preguntarme qué razón llevó a lo que, y ya sin duda alguna, no puedo por menos que calificar de desatino; un desatino que me parece que sería bueno enmendar de inmediato levantando la capa de cemento de esos alcorques y, ahora que dentro de casi nada vamos a entrar en la temporada más propicia para la plantación de especies arbóreas, darles el uso para el que fueron hechos. Y, ya puestos, a ver si no sería no sólo bueno sino exigible aprovechar también, digo yo, para acometer igual acción plantadora en los alcorques –éstos por fortuna hoy por hoy no cementados– de esas calles de acceso a la citada futura edificación hospitalaria sin esperar a realizarla, o, peor, a ni realizarla, después de su apertura, en lo que sería un nuevo ejemplo de despropósito urbanístico.

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