Justo y merecido

José María Cruz Novillo, creador de muchos de los principales logotipos de nuestra contemporaneidad –entre tantos y tantos otros los de Correos, el Tesoro Público, el PSOE, Renfe, Endesa, el Cuerpo Nacional de Policía, El Mundo, Diario 16, Antena 3 o, por cuanto más de cerca nos toca, de los de la Feria Regional del Libro y la Lectura de Cuenca y el de la conmemoración de los veinte años de la declaración de la ciudad como Patrimonio de la Humanidad, a más de ser coautor con Santiago Amón del escudo y la bandera de la Comunidad de Madrid– es sin duda una de las principales referencias del diseño español contemporáneo. Nacido en nuestra capital en mayo de 1936, Premio Nacional de Diseño y Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes, su figura y su obra, esa obra, en la que a esa archiconocida faceta de diseñador se unen las de escultor, grabador y pintor, va a ser, según estos días se nos ha anunciado, baza fundamental de la programación cultural del ayuntamiento con la organización de una serie de actividades que tendrán como eje principal una gran exposición en la Casa Zavala. Bien venga tal planteamiento para quien evidentemente vaya si no se lo merece aunque, por fortuna, ya hace tiempo que los hechos hayan venido a desdecir en su caso el triste tópico de que nadie es profeta en su tierra: la Escuela de Arte de la calle de San Pedro lleva su nombre, la Racal le invitó a dar la lección inaugural de su curso 2010-2011 y prácticamente acaba de clausurarse en la ciudad, en la sala de exposiciones del Museo de Cuenca, la muestra que, organizada por el cine club Chaplin al hilo de la Semana de Cine, mostraba su faceta como cartelista cinematográfico, firmante de los reclamos de algunos de los filmes más representativos del cine español contemporáneo, exhibición complementada además con una interesante publicación firmada por Pepe Alfaro, José Luis Muñoz Ramírez, Manuel A. Junco y Pablo Pérez Rubio en la que se analiza esa parcela de su actividad creativa. Y bien venga porque, poniéndonos egoístas, muy probablemente, aparte de configurarse como justo homenaje a la espléndida labor de nuestro paisano, esa muestra de la Zavala nos venga más que bien para asomarnos a ese su otro quehacer como artista plástico, un quehacer que conforma esa parte de sus actividad probablemente menos conocida que la llevada a cabo en el campo del diseño pero que, aparte de su singularidad –centrada en la última época en ese concepto del “diagrama”, una denominación con la que engloba multitud de formatos de realizaciones cuya característica común es la combinación de un número variable de elementos monocromáticos, sonoros, fotográficos o tridimensionales– le resulta a su propio autor, como él mismo señalara en su día con ocasión de su mencionada presencia en la Academia conquense, mucho más valiosa que la realizada como diseñador desde el punto de vista de lo que le había aportado como ser humano. A la espera quedamos.