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José Ángel García
José Ángel García
14/03/2018

José Luis

Fue complejo como cualquier ser humano pero más aún por su devenir vital y por su extremado polifacetismo: niño de la guerra, tempranero integrante del cuadro artístico de Radio Nacional en la dura Cuenca de los cincuenta, escribidor también en Ofensiva, buscador luego de horizontes por las capitalinas tierras, actor, autor teatral, humorista tan terapéutico como lúdico, al tiempo provocador y pudoroso, jamás agresivo, pensador, novelista, poeta, diccionador, semiólogo de lo imprevisto, anfibiológico decidor de pro, siempre prestidigitador del verbo, sorteador de censuras, un algo “concienzurdo” por usar una de las acepciones de su propio lexicón, “mañana hablaremos del gobierno”, intelectual del humor, “un peu de l`eau”, pianista in pectore, hasta cantante ocasional, “Obdulia, Obdulia”, noctámbulo, maestro del billar, integrante de la andadura inicial de la Academia Conquense para la que fue elegido el 14 de octubre de 1979 y en la que entró oficialmente el 7 de marzo de 1980, Harpo lenguaraz de andar por casa, escéptico pero humanista, buen sabedor de cómo tantas veces dos y dos son cinco, bombín y guiño, esposo, padre… pero, además, al tiempo y siempre, José Luis, José Luis Coll, fue asimismo, vaya que no, (todos tuvimos tantas y tantas veces la posibilidad de comprobarlo) pregonero de su tierra de puertas para fuera y de puertas para dentro, que a veces tiene más mérito, preclaro creador de lo que José Vicente Ávila llamara el “collquensismo”, columna vertebral sentimental que acompañó permanentemente su hacer y su decir convertido en lo que Raúl del Pozo, con su habitual precisión y acierto. llamara un verdadero “conquense de guardia”. Por eso era, por eso es justo que su ciudad, que sus paisanos, le recordemos como este martes lo hizo el ayuntamiento en el acto celebrado en su salón de plenos, y sigamos recordándole para lo que desde luego no vienen nada mal ni esa placa a continuación descubierta en la que fuera su casa natal ni ese mirador que en el Camino de San Isidro llevará su nombre y cuyo proyecto fue asimismo presentado, espacio abierto al aire, al viento de su tierra, ese aire en el que él mismo dijo que querría desvanecerse tras su definitivo adiós: “yo no quiero que me lleven horizontal en madera; yo quiero que me hagan polvo para el viento de mi tierra…”; esa tierra, esa Cuenca tantas veces por él enamoradamente rememorada, la Cuenca que “me enseño a nadar en la piedra del Caballo, a besar en las fuentes de Martín Alhaja, a sentir el miedo de cruzar el Puente de San Pablo, a corretear por el Recreo Peral. Aquella Cuenca de musgo y campanilla. El único lugar del mundo para mí.”

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