Aquel regalo

El columnismo es un lujo o una lujuria” Así comenzaba el prólogo –él sí desde luego que un lujo– Vicente Verdú, fallecido en Madrid el pasado martes a los tan sólo, ¡ay!, setenta y cinco años de edad, escribiera en 2005, para el volumen que reunía una muestra de los textos que, a tal género acogidos, habían, habíamos venido publicando en la prensa conquense, bajo el común epígrafe de ‘Columna Cinco’, el quinteto conformado por Francisco Mora, Ángel Luis Mota, Miguel Ángel Ortega, Francisco Page y quien firma estas líneas. Tanto desde el periodismo como desde la escritura literaria o la pintura, trinidad sustentadora de su paso, fecundo paso, por estos nuestros terrenales vericuetos del existir, Vicente Verdú dio siempre, como ha señalado con ocasión de su óbito Juan Cruz, muestras radicales de “su compromiso con la modernidad”, de su “impaciente manera de interpretar la realidad del alma” y de “un insondable conocimiento como intérprete de la realidad”, “lleno de melancolía activa, enamorado de las personas y de las cosas”. De todo ello –y de la más chispeante ironía– andaban salpimentadas aquellas líneas prologales, plenas a la par de humor e inteligencia –imposible el uno sin la otra– sobre una tarea tan peculiar y en cierto modo tan atrabiliaria, que me van a decir a mí, como la de la columna periodística, un género, según sus propias palabras, cuanto más brillante, “más exhibicionista y, en consecuencia, más impertinente e intervencionista” y cuyo autor, obtenido “el extraordinario privilegio de que, bien o mal, le reservan un hueco institucional regularmente” unido al hecho de que “el lector llega a un punto en que, sometido a la férrea y aviesa disciplina de la fidelidad a su diario, se encuentra implicado en la órbita del autor” harían del columnista, atado, también es apunte suyo, a su texto, “sin quererlo, el narcisista perfecto”; un narcisista, eso sí, “inerme ante el ataque del máximo e implacable columnista que cada lector” lleva dentro. Trece años después justo es darle públicamente las gracias desde esta modesta muestra de ese mismo género tan chispeante y agudamente descrito entonces y desde el más total cariño –además de, en cuanto lectores, por su impagable quehacer durante tanto tiempo al servicio del mejor periodismo– en especial, personalmente, por aquellas impagables líneas que nos brindó; por el espléndido regalo que en aquel entonces nos hizo.