San Juan del Castillo: XXV aniversario de la beatificación de un santo belmonteño

La localidad de Belmonte, en la Mancha de Cuenca, conmemora durante este fin de semana los XXV años de la canonización –por parte del Papa Juan Pablo II en 1988 en el Paraguay-, del mártir y misionero jesuita Juan del Castillo. Por ello la Hermandad de San Juan del Castillo ha organizado varios eventos para conmemorar esta efemérides, el más destacado el domingo 17 de Noviembre, con la procesión de la imagen del Santo y los estandartes de las cofradías de toda la provincia, presidida por el Obispo de la Diócesis Monseñor Yanguas, quien oficiará la santa misa en la Colegiata belmonteña.
La exploración, colonización y evangelización de las tierras y pueblos que formaron parte de los dominios de España se realizaron, en gran medida, por obra y tesón de unos cuantos religiosos y misioneros que, a riesgo de sus propias vidas, llevaron la civilización y la palabra y obra de Cristo a todos los confines del orbe hispánico.
Uno de esos misioneros que dio su vida por la fe y Cristo fue San Juan del Castillo, nacido en Belmonte, en la Mancha de Cuenca y que junto a otros compañeros de fe y de andanzas fue cruelmente martirizado por uno de los caciques indígenas más rebeldes de todas las “naciones” aborígenes de América.
La América española tenía una provincia llamada Paraguay, cuya superficie abarcaba lo que hoy son las repúblicas de Paraguay, parte del norte de Argentina y una importante extensión del suroeste del Brasil. En una misión jesuítica de la zona que hoy es Brasil el cacique Ñezú martirizó el 17 de noviembre de 1628 a tres jesuitas que hasta entonces habían realizado una labor impagable para el desarrollo y promoción de una de tantas misiones jesuíticas o reducciones donde fueron reunidos los indios guaraníes.
Los compañeros jesuitas martirizados junto a San Juan del Castillo fueron el ya nacido en Paraguay, Roque González de Santa Cruz y el español de Zamora, Alonso Rodríguez. En el mes de noviembre la villa de Belmonte y la Diócesis de Cuenca celebra y conmemora el martirio de uno de sus hijos más ilustres, que sembró la semilla para que hoy toda la América del Sur sea cristiana y católica.
Ya en el año 1934 su santidad el Papa Pío XI y desde la Basílica del Vaticano beatificaba al jesuita belmonteño el 28 de Enero; reconociendo la trayectoria vital y espiritual del conquense. El Obispo de Cuenca en aquella época, el también martirizado con posterioridad y en otras circunstancias, y que en este año está presente con especial recuerdo en el corazón de todos los conquenses don Cruz Laplana organizó diferentes actos diocesanos para regocijo y admiración de los belmonteños y demás conquenses que celebraron la efemérides con una intensidad digna de mención. Luis Andujar, el que fuera párroco de la Colegiata de Belmonte, nos cuenta algunos detalles curiosos sobre la peregrinación a Roma por parte de algunos paisanos de San Juan del Castillo; el viaje que se organizó para acompañar a la figura de San Juan del Castillo en Roma tuvo una duración de 14 días y costó 695 pesetas de la época en segunda clase y 1.190 en primera. Además del viaje y como es lógico el Obispo Laplana visitó Belmonte el 20 de mayo de 1934 para celebrar una misa pontifical en la Colegiata belmonteña que se quedó pequeña ante los más de 3.000 belmonteños y forasteros que quisieron unirse a la celebración por la beatificación del jesuita conquense.
En este acto, que todavía hoy los más ancianos de la villa recuerdan, se besaron las reliquias del Beato Juan del Castillo y se disfrutó con la presencia de los Padres Paules de Cuenca que realizaron todo tipo de actos culturales y musicales para gozo de los emocionados belmonteños que veían subir a los altares a su paisano.
Los años pasaron y sin perder un ápice en la devoción hacia el Beato jesuita, en el año 1988 su Santidad el Papa natural de Polonia Juan Pablo II santificaba de forma eterna a San Juan del Castillo y a su compañeros de fe y martirio. Esta fecha fue y es importante no sólo para nosotros los cristianos de Cuenca sino también para los católicos de Brasil y Paraguay en donde hoy la figura del santo es fundamental en la intensidad de la fe que se profesa en las tierras calientes de los esteros y llanuras que bordean al gran Paraguay.
José Guerra Campos, tan querido y recordado por toda la Diócesis de Cuenca, Obispo de Cuenca por aquellos años sintió una fuerte emoción al enterarse de la noticia y se puso manos a la obra para reflejarlo en el corazón y la fe de todos los miembros de la comunidad católica de la provincia.
El 15 de mayo de 1988 el citado Obispo enviaba una carta llena de erudición y equilibrio a todas las parroquias de la diócesis para ser leída a los feligreses y así “refrescar” la memoria e importancia de la obra y martirio de San Juan del Castillo.
Esta carta nos sirve todavía hoy como lección magistral de historiador para entender y rememorar los hitos más significativos del jesuita de Belmonte.
“San Juan del Castillo nació en Belmonte en 1595, siendo el mayor de diez hermanos. Se educó en el colegio que tenían los Jesuitas allí, fundado por San Francisco de Borja. Estudió en la Universidad de Alcalá de Henares. Entró en el noviciado de la Compañía de Jesús, en Madrid. Inicio sus estudios eclesiásticos en el colegio de Huete y el año 1617, como pidió ser enviado a las misiones del Paraguay, en América, fue a completar su preparación filosófica y teológica a Córdoba en la hoy Argentina, intercalando unos años dedicados a la enseñanza en el colegio de la Concepción en Chile. En 1625 fue ordenado sacerdote, y en 1626, a pesar de su salud debilitada, se cumplió su deseo de ir al Paraguay, porque allí había “fama de mayor pobreza, fatiga y trabajos apostólicos”, como decía a sus padres en una carta que se conserva en Belmonte… Trabajó primero en el Centro Misional o Reducción de San Nicolás de Piritiní, y el 14 de agosto de 1628 el Padre Roque le encargó de la nueva Reducción de la Asunción de Ijuhí. Piritini e Ijuhí son ríos afluentes del Uruguay, y su comarca pertenecía entonces a la provincia española y jesuítica del Paraguay.”
A continuación don José Guerra Campos relató lo que fueron las reducciones jesuíticas en tierras del imperio español y su singular concepción en una época tan lejana. Después pasa a describir como fue el martirio de este gran jesuita que fue asesinado por el cacique-hechicero Ñezú el 17 de noviembre de 1628, un viernes por la tarde mientras el jesuita trabaja con los indios de la reducción, y nos recuerda sus últimas palabras después de haber sufrido toda clase de torturas y maltrato por parte de Ñezú que había notado la pérdida de poder hacia sus antiguos “súbditos”. Termina el Obispo de Cuenca la misiva recordando las últimas frases de Juan del Castillo antes de morir: “¿Por qué me matáis, habiendo venido aquí por vuestro amor?”, “¡Ea!, llevadme, os lo agradezco, porque me hacéis morir por amor de Dios”.
Lógicamente, los actos en honor a la canonización del santo belmonteño no podían obviar la peregrinación a tierras paraguayas por parte de una representación conquense que fue capitaneada por Monseñor Guerra Campos, nueve sacerdotes y diez seglares que llegaron primero al Paraguay y después al Brasil donde se encuentra el monolito que recuerda el martirio del Padre Juan del Castillo. En la ciudad de Asunción, capital de Paraguay, y ante medio millón de fervorosos ciudadanos de un país que por aquel entonces apenas rondaba los cuatro millones de habitantes el Papa Juan Pablo II canonizó a los tres mártires diciendo en sus palabras finales de su homilía: “Todos ellos gastaron su vida en cumplimiento del mandato de Cristo de anunciar su mensaje hasta los confines de la tierra…”. Los actos y festejos continuaron en toda la Diócesis de Cuenca con especial resonancia en Belmonte donde se celebraron misas, se tocaron las campanas, se recibieron a los jesuitas venidos de las tierras americanas, lo mismo que al embajador del Paraguay y se celebraron conferencias con destacadas personalidades de la cultura y la teología. Además el nuncio del Papa en España, don Mario Tagliaferri, llegó a Belmonte para rezar en la patria chica del santo belmonteño. Los ecos de aquellas fechas llegan hasta nuestros días sin olvidar nunca el martirio de San Juan del Castillo que sirvió y sirve de ejemplo vivificante de cómo la iglesia católica y sus hijos dan hasta su sangre por la salvación de los hombres.