Chico y Molly: guardianes de la biodiversidad
Son animales curiosos, algo cotillas, fuertes, protectores, bastante asustadizos y, por encima de todo, muy inteligentes. El burro es un animal verdaderamente sorprendente de los que cada vez hay menos ejemplares en nuestro país, aunque en los últimos años su presencia en zonas rurales parece haber experimentado un pequeño repunte debido a la proliferación de las granjas escuela, la agricultura ecológica, la asnoterapia y el turismo rural.
En nuestro paseo por la Serranía de Cuenca nos cuentan que hay algunos burros en Villalba de la Sierra, Sotos, Valdecabras y probablemente en algún pueblo más de la zona. Pero que son pocos. Aquel icono de la vida de nuestros pueblos que protegía los rebaños y transportaba leña, piedras y pasto, es hoy por hoy residual, aunque los pocos burros que todavía quedan están ayudando y mucho al aumento de la biodiversidad y de entornos más sostenibles.
Chico y Molly son dos burros preciosos que viven en un paraje privilegiado entre Villalba de la Sierra y Portilla, tienen 3 y 7 años, y sus cuidadores, Pablo, Juan y Cristina, están encantados de que estén ayudando a que la finca gane cada día en biodiversidad. “Tenemos dos hectáreas y media de lo que eran antiguas huertas que se abandonaron y donde empezó a crecer mucha maleza. La idea era tener un burro para ayudarnos a desbrozar la finca y aumentar la biodiversidad del espacio con sus deposiciones”, nos cuenta Pablo Expósito, quien asegura que la fuerza de estos animales les ha permitido abrir nuevos espacios para meter nuevos cultivos.
“La idea era tener un burro para ayudarnos a desbrozar la finca y aumentar la biodiversidad”
Chico era un burro manchego que llegó a Villalba de la Sierra procedente de Las Pedroñeras cuando tenía poco más de un año. Al principio estaba solo y algo triste, después llegó Molly para hermanarse con él y alegrarle la vida. “Cuando Chico estaba solo se aburría, demandaba mucha atención, se le veía lánguido y deprimido y rebuznaba mucho porque quería compañía. Cuando trajimos a Molly desde Valdecabras fue un momento muy bonito porque Chico se puso muy contento y corrían uno detrás del otro”, asegura Juan Expósito, que nos cuenta cómo ambos animales han contribuido a impulsar la permacultura en la finca, un sistema de diseño agrícola donde se intentan seguir los ritmos naturales medioambientales.
“El suelo de esta finca estaba muy muerto de tantos años de agricultura convencional con químicos, y con nuestro sistema regeneramos ese suelo con animales y plantas sin generar residuo, una oportunidad para tener más diversidad. Tenemos además lombricomposteras donde echamos las cacas de los burros, los desperdicios vegetales y la broza y van produciendo humus de lombriz, que es uno de los mejores fertilizantes naturales, con lo cual cerramos un poco el círculo”, explican los hermanos Expósito.
NI UN PELO DE TONTOS
Y no, los burros no son tontos. Más bien son todo lo contrario. Chico y Molly son dos burros muy inteligentes “que saben reconocer perfectamente a las personas”. Se fijan en todo, son cotillas y recuerdan, conocen las voces y las diferencian, y la relación que tienen con cada uno de sus cuidadores es diferente. “Los burros nos conocen y hacen más caso a unos que a otros, y aunque son animales que generalmente hacen movimientos muy bruscos, con los niños tienen una relación especial porque saben que son débiles y vulnerables. Son mucho más delicados cuando están con niños y esa es la razón por la que se utilizan para trabajos de terapia, porque generan ese vínculo y ese cariño especial con ellos”, explica Cristina González.
Chico demostró su inteligencia “durante un tiempo que estuvo malito” en el Hospital Universitario de la Universidad Complutense. “Él era el único burro porque en el hospital solo había caballos, y Chico a los dos días de estar allí aprendió a pedir la comida de la misma forma que lo hacían los caballos”.
“Son muy inteligentes y nos conocen perfectamente. Con los niños tienen un trato especial”
Pablo, Juan y Cristina cuidan a sus dos burros con el mismo cariño con el que cuidan a resto de sus animales y plantas. Cada cierto tiempo toca lavarlos con agua y jabón, cepillarlos bien y aplicar un producto para evitar los parásitos. En cuanto a sus actividades diarias, Chico y Molly se encargan desde por la mañana de desbrozar y limpiar el espacio que cada día toque, “generando espacios nuevos y pasillos en zonas de maleza” en las que cuando llueve los burros pisotean y es lo que hace que el suelo se oxigene.
Son además animales defensivos que en zonas pastoriles protegen al rebaño. “Los burros en el norte de España y en otros países como Estados Unidos se utilizan para la defensa del rebaño frente a los ataques de osos, lobos o coyotes. En nuestro caso defienden a las gallinas porque por esta zona hay zorros”, afirma Pablo Expósito.
Los burros son más pequeños que los caballos, pero son más fuertes; sus grandes orejas les ayudan a mantener el calor corporal y a tener una audición excelente, y aunque comen mucho, los burros se autorregulan. “Son voraces, pero no comen hasta el infinito como los caballos. Comen de todo, les gusta mucho la veza y sobre todo la avena y los cereales que les echamos junto con el heno y la paja. Cuando cae la tarde y nos acercamos a su redil van corriendo al establo porque saben que les toca su toma de cereales”, detallan Juan Expósito y Cristina González.
El rebuzno del burro, que se puede escuchar a tres kilómetros y dura unos veinte segundos, es otro cantar. “Cuando Chico rebuzna es como un dinosaurio y ese rebuzno no es ni más ni menos que una alarma, una bienvenida, si los llamamos por sus nombres rebuznan y si tienen hambre también. Molly no sabe rebuznar, emite unos sonidos parecidos a un gorila”, cuenta Pablo Expósito.

Según los datos aportados por la consejería de Agricultura, nuestra región cuanta actualmente con 1.650 asnos registrados, de los que 178 se encuentran en la provincia de Cuenca. En España, la cifra podría superar los 30.000, cuando a principios del siglo XX había más de un millón de burros en todo el país.
Hace décadas los burros trabajaban para el transporte, la agricultura y el pastoreo, muchos de ellos hasta la extenuación, “y haciendo el esfuerzo que ahora hacen los camiones ayudados del petróleo”, lo que provocaba la muerte temprana de un animal que de recibir el trato y los cuidados que merece puede llegar a vivir 40 años.
Pablo, Juan y Cristina llevan cuatro años viviendo en la finca de Villalba de la Sierra y más de siete trabajándola desde una perspectiva medioambientalmente sostenible, un lugar que no sería lo mismo sin la presencia de sus queridos burros Chico y Molly: “Son parte de la familia y te das cuenta de lo importante que llegan a ser. Ahora mismo no entenderíamos la finca sin los burros porque todo lo que nosotros les damos, ya sea hierba de la huerta, un calabacín que crece demasiado o un tomate que se pasa, nos lo devuelven en fertilidad, en semillas que generan más biodiversidad”.