Todo un símbolo
Con el dolor aún vivo en el alma por la consumación del no por anunciado menos sangrante adiós definitivo al tren convencional, asesinado a cámara lenta por su continuada desatención por cuantas administraciones, de un nivel y de un signo político u otro, se han ido sucediendo, déjenme que, buscando algo de consuelo, traiga hoy a mi semanal comentario la alegría de que por fin –que ya iba, por cierto, siendo hora– vaya, según se nos ha anunciado, a acometerse la recuperación para la vida cultural de nuestra capital del emblemático recinto de la en su día desacralizada iglesia de San Miguel, años ya cerrada a causa de las deficiencias que aquejaban a su arquitectura, principalmente en lo referente al estado de sus cubiertas y a las humedades campantes en su interior, deterioros cuya reparación va a ir acompañada de la renovación de las tuberías de abastecimiento de agua y la revisión de la instalación eléctrica, recuperando así para su utilización un recinto que, a más de ser parte sustancial del patrimonio arquitectónico e histórico de la ciudad, ha sido uno de los propios más conocidos símbolos de su agenda cultural y social. Motivo durante años y años, desde su misma primera edición en 1962, del cartel anunciador de la cita sin duda más importante y principal de esa agenda, la Semana de Música Religiosa, que en ella precisamente se inició –un evento no sólo, cual se afirma en su propia página web, decano de cuantos con proyección internacional se inscriben en el calendario castellanomanchego, sino asimismo punto fuerte, con sus altibajos pero de manera mantenida, desde ese su arranque hasta nuestros mismos días, de la oferta melómana global de nuestro país (esperemos el empuje que pueda darle la nueva dirección que deberá regirla a partir de su próxima convocatoria)– San Miguel ha prestado también escenario junto a tantas otras ofertas musicales –de actuaciones de las más variadas modalidades a, por ejemplo, la presentación de grabaciones discográficas–a representaciones teatrales, exposiciones, actos literarios y celebraciones sociales en especial, pero no sólo, relacionadas con la Semana Santa. Ubicado, para más virtudes, en pleno casco histórico y abalconado a la maravilla paisajística de la Hoz del Júcar, el templo es no sólo uno de los elementos imprescindibles de su riqueza patrimonial sino todo un símbolo de las aspiraciones de una ciudad que se autocalifica a sí misma a partir del binomio naturaleza y cultura. Esperemos que los trabajos para su recuperación –que serán costeados por el Consorcio de la Ciudad que, tras la ya en mano aprobación de la Gerencia Municipal de Urbanismo, debe ahora sacarlos a licitación– se lleven efectivamente a cabo en el plazo previsto (según el concejal de Patrimonio podrían iniciarse tras el verano y estar concluidos antes de fin de año) y, con ello a la vista, su utilización pueda ya tenerse en cuenta –téngalo en cuenta sus responsables– para la confección de la programación cultural del entrante 2023.
