Ríos, árboles y limpiezas

Va ya para dos años que, como remate a los trabajos realizados en las inmediaciones de los ríos Júcar y Moscas en la zona que se extiende desde las inmediaciones del denominado Bosque de Acero –que ahí sigue “fané y descangallado”, a la cada vez menos esperanzada espera de que acabe por dársele alguna función– hasta su confluencia para reducir el riesgo de inundación y mejorar el estado de sus riberas, la Confederación Hidrográfica del primero plantaba la nada despreciable cantidad de unos tres mil ejemplares tanto arbóreos –chopos, sauces, olmos, frescos, arces– como, en menor número arbustivos, coronando, en acción más que aplaudible, el proyecto que, enmarcado en los planes del ministerio para la Transición Ecológica, se había iniciado en el otoño de 2018. Complementada con un paseo abaldosado y la instalación de bancos y de unos atractivos paneles informativos sobre  la geología, flora y fauna de la zona, la neonata plantación iba bien pronto a sufrir el embate, en el pasado diciembre, de, precisamente, una de las crecidas más intensas y espectaculares en mucho, pero que mucho tiempo, de las aguas jucareñas; una crecida que, aparte de tronchar algunos de los aún tan infantes ejemplares y tumbar a buena parte del resto, iba a dejar más que patente la increíble mala praxis con que tratamos nuestras aguas –las marinas, desde luego, pero también, cual las que ahora nos ocupan, las fluviales– con una verdadera marea  de residuos, detritus e inmundicias, haciéndola patente en la avalancha de indeseables residuos –plásticos, compresas, toallitas, latas de bebidas– conque, con incívicas desfachatez y desvergüenza, contaminamos cada día, por otra parte suicidamente, sus caudales. Tras la primera limpieza llevada a cabo por trabajadores municipales y la individual y esforzada labor enderezadora de los tantos plantones afectados llevada a cabo por algunos –la verdad que no demasiados– paseantes habituales de la zona, parte de esos testimonios de nuestro desconsiderado comportamiento colectivo han comenzado a ser recogidos y retirados –¡bien por quienes ha acometido la tarea!– tanto por grupos de voluntarios de Cruz Roja, de Seo BirdLife, de Ecoembes o ciudadanos incorporados a título personal en individual a la faena, como por trabajadores municipales del Servicio de Medio Ambiente y del Plan de Empleo en una acción que, según se nos ha dicho, habría recogido más de mil kilos de basura. No es, desde luego, vaya si lo sabemos, exclusiva tan indeseable tara social de quienes nos aposentamos en los márgenes del Júcar,  del Huécar o del modesto Moscas, que es falta pero que global del todo de quienes en la redondez de nuestro pobre planeta en tal pecado incurrimos, pero, ya que de ríos, y de ríos nuestros, estoy hablando, déjenme que, tras volver a aplaudir esas labores de aseo, me congratule también de que en la mañana de hoy viernes, el grupo español de la Asociación Internacional de Hidrogeólogos esté celebrando, precisamente en el entorno del Júcar, lo que han llamado el “Hidrogeodía”, una jornada de actividades gratuitas guiadas por ellos, por hidrogeólogos, y abiertas  a quienes han querido, sin cortapisa alguna, participar en ellas, en acción que ha contado con las colaboraciones del área de Didáctica de las Ciencias Experimentales de la Facultad de Educación y del departamento de Ingeniería Geológica de la UCLM, de las consultoras Vestal Etnografía y GeoDiscover, del MUPA y de la propia Confederación Hidrográfica, algo que no nos viene nada mal a quienes en general tan poca atención –ni siquiera para disfrutarlos– prestamos a nuestros ríos.