La pera

Oro parece; plátano es.  Solo hay una cosa que haga más feliz a un padre que unas merecidas vacaciones; la vuelta al cole.   Llevo observando esto desde hace algún tiempo ya y hoy me atrevo a escribirlo.  Y, como vivimos en una democracia y el poder en la democracia emana directamente del pueblo, la nueva ley de educación parece, en muchas de sus partes, recoger este sentir popular de forma explícita —implícitamente se lleva haciendo mucho tiempo—.  Tengo también algunas palmaditas en la espalda pero en este país cainita siempre vale más una mala crítica que una buena alabanza.  De hecho, las únicas críticas a la ley vinieron por las matrículas y la elección de centro.  Así que todos contentos; los padres tienen su guardería —bien segregada para las rentas de más de cien mil euros— y los políticos su reducción del fracaso escolar.   Y que conste que pienso que esta ley es mejor que la anterior pero todo lo demás es intrascendente, como una foto con un narco disfrutando del mar o las hojas de una constitución decoradas con zurrapa.   De hecho, el que copió y pegó uno de los decretos para Castila-La Mancha se comió palabras.  ¿Qué más da?  Al final, Belén Esteban tenía razón cuando aseguraba que por un hijo se mata.   Pero claro, no es lo mismo matar a tu hijo, que aguantarlo.