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José Ángel García
José Ángel García
03/02/2023

Una estabilidad necesaria

A punto ya de estrenar su edición número sesenta, la Semana de Música Religiosa ha sido históricamente uno de los puntales básicos de la agenda cultural conquense tanto interna como externa. Tras su primera convocatoria en 1962, preparada por sus organizadores con toda ilusión y con una en esos momentos casi habría que decir que utópica ambición pese a, como luego escribiría el musicólogo y crítico musical Luis García del Busto, haberse montado “en dos meses y con cuatro perras”, el festival iba, contra todo pronóstico, no sólo a mantenerse sino a convertirse en referente anual de la oferta melómana nacional añadiendo además a su propia condición de plataforma interpretativa la excepcional aportación a la creación compositiva de los autores españoles contemporáneos propiciada por una continuada política de encargos y estrenos adoptada como una de sus más preclaras señas de identidad, una aportación que iba a otorgarle un claro puesto de relevancia en la historia misma de la música de nuestro país durante la segunda mitad del pasado siglo. 

Evidentemente en una trayectoria tan prolongada como la suya y sujeta a los propios cambios sociales experimentados tanto en el total del Estado como en nuestra propia realidad local, el festival ha pasado por épocas mejores y peores tanto en la calidad concreta de su oferta como en la repercusión alcanzada tanto dentro como, especialmente en determinados periodos, fuera de nuestras fronteras, en una trayectoria dependiente no sólo de la más o menos acertada labor de sus distintos gestores y de las cambiantes características del entorno en que se  movía sino también –¡ay! – de la mayor o menor aportación económica de las instituciones que lo mantenían y mantienen, y a este respecto regocijémonos por ese anuncio de que se han saneado sus cuentas.

Aparte de ello a este articulista le parece evidente que en estos últimos tiempos la tan breve duración de los mandatos de sus últimos directores y los consiguientes relevos a su frente no ha favorecido precisamente ni su desarrollo ni su proyección ni de público ni mediática al impedir el establecimiento primero y el asentamiento después de unos planes tanto programáticos como de intenciones con un horizonte temporal prolongado en el tiempo; unos planes que no sólo recuperen la “esencia” del festival –tal y como su propio nuevo equipo rector ha señalado con ocasión de la presentación del programa de su ya cercana nueva convocatoria– sino que le otorguen unas características diferenciadas y por ello distintivas dentro de la hoy por hoy mucho más amplia y heterogénea y por ello competitiva panoplia de ofertas. 

Ojalá el mancomunado trabajo de sus patrocinadores y su nuevo equipo sean capaces de afrontar tal desafío y sentar las bases para que, apoyados en una mayor estabilidad de la que en sus últimas etapas ha tenido, esa tan necesaria estabilidad, la Semana recobre su condición de realidad prevalente en el panorama melómano nacional e internacional. 

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