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“Los buenos libros te enseñan que no eres tan raro ni estás solo”

El escritor y periodista Pedro Simón participa este viernes en la Casa de la Cultura de Vara de Rey en un encuentro con lectores dentro del programa ‘Los libros viajan por la provincia’
“Los buenos libros te enseñan que no eres tan raro ni estás solo”
Pedro Simón//. Foto: Alberto Di Lolli / El Mundo
23/03/2023 - Dolo Cambronero

Su mirada social atraviesa todo lo que escribe. Le interesan los personajes heridos, en periodismo y en ficción. Como reportero, Pedro Simón (Madrid, 1971) ha ganado varios galardones, entre ellos el Premio Ortega y Gasset de Periodismo 2015 por haber documentado ‘la España del despilfarro’ en una serie de reportajes en El Mundo que también se detuvieron en el fantasmagórico Bosque de Acero de Cuenca. Como escritor, lleva varios libros a sus espaldas y participará el viernes 24 de marzo en la Casa de la Cultura de Vara de Rey (18:00 horas) en un encuentro con lectores.

 

¿Qué suponen estos encuentros? 

Son lo más gratificante porque esto empieza siempre con un folio en blanco. Yo digo que escribir es como coger un desfibrilador y aplicarlo a ver qué sucede. Y lo que sucede lo ves cuando tienes delante a un lector. Es lo mejor. No hay escritor si no hay lector.

 

¿Le sorprenden las interpretaciones que hacen de su obra?

Sí, te dicen cosas en las que tú no habías caído. En la anterior novela, Los ingratos, la protagonista es una persona sorda, del medio rural, semianalfabeta; pues hubo una mujer que me preguntó si esa señora era como un símbolo de una sociedad que no escucha. Yo nunca había reparado en eso. Hay cosas que ni podría descifrar. Me ha pasado también con textos míos que han caído en Selectividad en Valencia y en Canarias para hacer un comentario de texto. Me quedaba fascinado con las respuestas. Yo no podría hacer esos comentarios sobre mis propios textos. Es muy enriquecedor estar delante del espejo del otro. Esta semana estuve en un club de lectura en Madrid y la primera intervención fue de alguien que me dijo que no le había gustado el libro y explicó por qué. Esas cosas están bien también. Tú escribes como escribes y has dejado el coche con cuatro capas de pintura y a ti te parece que está correcto. Pero estas cosas te ayudan a asumir que no puedes gustarle a todo el mundo. 

 

Su última novela, ‘Los incomprendidos’, habla de las relaciones entre padres e hijos en la era digital. ¿Cómo nace?

Nace de muchas reuniones con amigos y amigas que ya vamos teniendo una edad. Siempre terminamos hablando de los hijos y si son adolescentes, hablamos con más pasión, con más frustración, con más incomprensión. Esta novela quiere hablar de esos silencios que hay en las casas cuando hay adolescentes, de las incomprensiones mutuas intergeneracionales entre padres e hijos y también sobre la culpa porque es algo con lo que educamos siempre los padres. Culpa si les das o no les das, si les premias o les castigas... La culpa siempre acechando. Nos educaron con eso. Y otro tema de la novela es la gestión del trauma. En esta historia hay un par de traumas de los que no se quiere hablar. Y la vida es sobre todo gestionar mierda y trauma. Nos medimos ahí, en ese esgrima de cómo abordamos las cosas malas. No envejecemos tanto por los años sino cuando dejamos que nos aplaste el dolor. En esta familia, donde hay una tragedia, nadie se atreve a hablar de eso. Y ahí se va moviendo la novela.

 

 

“Los adolescentes tienen hoy una demanda constante de alegría. En la época analógica, nos ahorramos este barullo digital. Y por eso creo que las adolescencias de antes, por simples, eran más llevaderas”

¿Cómo han cambiado las relaciones entre padres e hijos? ¿Es más difícil ser adolescente ahora?

Hay un momento en la novela en el que Javier, el padre, se pregunta qué adolescencia es más complicada, si la que tuvimos los que nacimos en los setenta, en las periferias urbanas, con drogas… o la de ahora. Uno no siempre está de acuerdo con sus personajes pero en este caso sí. Él dice que es más complicado ser adolescente ahora. Eso tiene que ver con la mirada del otro, con los móviles, con las redes, con esa constante demanda de felicidad y de éxito. No se les permite estar tristes, fracasar… porque están las redes para decirte que eso está prohibido. Yo no sé cómo sería con ese nubarrón de la Pantera Rosa siempre encima persiguiendo, esa mirada del otro constante y demandante de alegría. Para los chavales y chavalas, a esa edad en la que la autoestima está un poco floja, como Inés en la novela, tener que confrontar todo eso es bastante complejo. En la época analógica, nos ahorramos este barullo, este ruido, esta intemperie digital. Y por eso creo que las adolescencias de antes, por simples, por tener peligros como muy evidentes, eran más llevaderas.

 

¿Cómo es su proceso de escritura en ficción? 

Hacer un reportaje siempre tiene que ver con eviscerar al otro. Pero una novela tiene que ver con eviscerarte tú. Y eso tiene un coste emocional mayor. Primero trabajo con un cuaderno, una especie de borrador en el que anoto reflexiones, invento diálogos y voy despachando capítulos, personajes, situaciones. El cuaderno se va llenando y llega un momento en el que trato de trazar una arquitectura de la novela, lo que quiero en cada capítulo. Y ya solo queda ponerse a escribir. Procuro hacerlo desde las ocho de la mañana hasta las tres de la tarde de lunes a viernes. Me suelo coger excedencias del periódico porque necesito que la cabeza esté solo en eso. Escribir es obsesionarte con algo. Y para estar obsesionado no tienes que tener nada más. Yo no puedo ser escritor de nueve a tres y reportero de siete a once porque me distrae. Si no estás obsesionado, no funciona. Mi manera de trabajar es dudar, primero poner y luego quitar, tachar... 

 

¿Qué diferencias hay entre escribir para el periódico y en hacerlo para una novela?

Cuando escribes un reportaje, hay que escribir contra el lector. Porque los lectores siempre van a ir a refrendar sus prejuicios a aquel medio que le diga que los suyos son los buenos. Cuando escribo en El Mundo, trato de hacerlo contra el lector, para que no solo escuche que es muy guapo y muy alto. Pero cuando escribo una novela, trato de pensar mucho en el lector, que te va a acompañar durante días. Pienso en ponérselo fácil y en hacer algo que a mí me gusta que me pase cuando leo un libro: decirle ‘no eres tan raro, no estás tan solo’. Creo que los buenos libros te dicen este tipo de cosas. Y por otro lado está lo que uno siente en el proceso. Cuando escribo un reportaje, siempre me siento como un gran esclavo porque no puedo cambiar la vida de la persona que tengo delante. Trabajo con materia prima jodida y yo no puedo arreglar la vida al niño que se va a morir o encontrar empleo para esa madre que tiene cinco hijos. Cuando escribes una novela, te sientes un pequeño dios porque tú dominas todo y manejas la plastilina con la que moldeas el mundo. Y eso, cuando la actualidad es a veces tan cabrona, tan polarizada, tan de piñata matinal ‘vamos a ver a quién le reventamos la cabeza en las redes’, la ficción te da oxígeno y te hace manejarte en otros registros que a mí me agradan y compensan.

 

¿Cuándo empezó a escribir?

Desde muy pequeñito. Cuando tenía diez años o por ahí y seguramente cosas muy ridículas que mi madre tiró. Era curioso y me gustaba contar el mundo a mi manera. Hay gente que lo hace pintando, componiendo… En mi caso, el modo de tratar de entender el mundo fue escribiéndolo y leyendo. Recuerdo con 16 años reventarme la cabeza leyendo La Regenta o Jarama y sentir cosas muy especiales. Sin los libros y sin la lectura, sería peor persona. Estaría mucho más perdido, tendría mucho más miedo y estaría más solo. Los libros me han salvado de mí mismo muchas veces, de lo que podría haber sido una versión empeorada de mí. 

 

 

Hablábamos antes de la adolescencia en la era digital. ¿Y cómo es ser periodista hoy?

Veo muchas diferencias con lo que había antes de ayer. La primera diferencia es que ya no hay lectores sino clientes, suscriptores que exigen y si leen algo que no les gusta, dicen que hay que echar al panadero. Estamos en esto. La relación es mucho más comercial y menos intelectual y está más enconada que antes. Y por otro lado, lo digital, los espejos múltiples, las redes han aumentado el ya de por sí gran ombligo del periodista y lo que sucede es que muchas veces estamos más mirando a la grada que al campo cuando estamos trabajando. Estamos más buscando el aplauso que haciendo nuestro trabajo. El periodista tiene que mirar más al campo y fijarse menos en la grada. Yo no tengo redes por esto. Aún así seguramente tengo un ego insoportable pero creo que sería más imbécil si cabe si estuviera muy pendiente de lo que dicen de mí. Lo mismo que un cirujano no se somete al escrutinio público cuando opera, yo creo que un periodista debe dedicarse a hacer lo suyo y olvidarse de lo que diga la gente. Evidentemente, trabajando con honestidad y con todo el esfuerzo y sabiendo que nos podemos equivocar. Lo importante es ser honestos trabajando. Si un cirujano se equivoca, muere un niño. Si nosotros nos equivocamos, hay una información errónea. También debemos quitarnos solemnidad y dedicarnos a lo nuestro. Lo digital nos ha transformado a todos, en muchas cosas yo creo que para peor aunque en otras para mejor. Pero si tuviera que poner en la balanza la deriva de nuestro oficio, veo más cosas malas que buenas. 

 

Dice que le interesan más las historias de personas rotas. ¿Por qué?  

Los reportajes también te dicen que no eres tan raro. Todos tenemos un dolor que siempre está ahí, físico o del alma, y que tiene que ver con nuestros insomnios. Y a mí los reportajes me dicen que no estoy tan solo cuando veo algo que me interpela y también me dicen que la mayoría de las veces vivimos en zonas de confort. Eso me lo enseñan los protagonistas de muchos reportajes que tienen que ver con la enfermedad, con las dolencias, con los desamparos, con las asimetrías, con la gente que está muy jodida. Yo termino de eviscerar al otro y me voy a mi casa y todo está bien. ¿Qué es que tu hijo haya suspendido Matemáticas o tus dos hernias discales al lado de un niño con tumor cerebral? Las historias duras nos ayudan a poner las nuestras en valor. Y a saber que quejarnos a veces es un ejercicio de pirotecnia. 

 

¿Y los próximos proyectos?

En mayo sale un ensayo con Alfaguara con varios amigos, Eduardo Madina, el poeta Antonio Lucas y Javier Gómez Santander, el creador de La casa de papel. Es una especie de autoparodia generacional que se titula Perder la gracia. De cómo a medida que vamos cumpliendo años vamos perdiendo la gracia y hay algo nuevo que empuja. Esa edad en la que casi escribes más prólogos que libros. [Risas] Luego sacaré una compilación de artículos periodísticos y después una novela que es como un cierre de la trilogía que empezó con Los Ingratos y siguió con Los Incomprendidos. Este tercer libro hablará de toda esta memoria sentimental de los baby boomers y espero que esté para el verano de 2024.