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Día Internacional Refugiados

La realidad de los solicitantes de asilo y refugiados en Cuenca

Yuliia Voroiska y Olena Chesanovska huyeron de la guerra en Ucrania mientras que Abdala Nage partió de Malí en busca de una vida mejor
La realidad de los solicitantes de asilo y refugiados en Cuenca
Foto: Paula Montero
20/06/2022 - Paula Montero

Cada día miles de personas se ven obligadas, en todo el mundo, a tomar la decisión más difícil de su vida: abandonar su hogar en busca de una vida mejor y más segura para ellos y, a veces, también para sus familias. 

Sus historias son una prueba más de que ser solicitante de asilo o refugiado puede suponer la diferencia entre la vida y la muerte y, cada año, son varias decenas de personas las que llegan a Cuenca en busca de una segunda oportunidad. Con motivo del Día Mundial del Refugiado que se conmemora este lunes 20 de junio, tres extranjeros afincados en Cuenca cuentan su experiencia. 

Este es el caso de Abdala Nage, un joven de 19 años natural de Malí que el pasado 7 de enero llegó a la capital conquense. Partió de Mauritania, donde vivía con su tío, y dejó atrás su familia y sus amigos para huir de los conflictos bélicos y buscar una vida mejor. Viajó en patera desde África y su primer destino fueron Las Palmas de Gran Canaria, a donde llegó el 4 de diciembre tras pasar “cinco días perdido en el mar”, recuerda. Al llegar, Cruz Roja Española le atendió junto a sus 26 compañeros hasta que, finalmente, llegó a Cuenca, la ciudad que se ha convertido en su nuevo hogar. 

En un primer momento, Cruz Roja Cuenca cubrió sus necesidades básicas de manutención, alojamiento y vestuario pero, afortunadamente, Abdalá ha encontrado trabajo y está “muy contento porque puedo ser independiente, aunque Cruz Roja sigue ayudándome”, señala. En el futuro le gustaría vivir en Barcelona y estudiar matemáticas pero, sin duda, lo que más desea es volver a ver a su familia. 

 

UCRANIA

Una situación parecida viven Yuliia Voroiska y Olena Chesanovska, dos mujeres que huyeron de la guerra en Ucrania. 

Yuliia vivía en Mykolaiv, una de las principales ciudades del país. De allí salió en un autobús de Cruz Roja el 26 de abril y pasó por Odesa, Lviv y Barcelona hasta, por fin, llegar a Cuenca el 3 de mayo. En la capital conquense reside en un recurso de alojamiento de emergencia, donde además ha sido contratada como empleada y gracias a la organización humanitaria ha empezado a aprender castellano.

Olena, por su parte, dice haber tenido más suerte que su compatriota. “Mi marido es cubano y habla español y para nosotros ha sido más fácil adaptarnos”, asegura. Llegaron el 30 de marzo a la capital conquense junto a sus dos hijos, que ya han sido escolarizados en el CEIP ‘Federico Muelas’. En Ucrania, Olena trabajaba como doctora y su marido es ingeniero, aunque se dedicaba a la coctelería. Sin embargo, en Cuenca han comenzado a colaborar como voluntarios de Cruz Roja en labores de traductores y como profesores de español “para ayudar a otros ucranianos a comunicarse en el médico, la policía o a buscar trabajo”, explica. 

CRUZ ROJA

Tres historias de supervivencia y superación que no hubieran sido lo mismo sin el apoyo y respaldo de Cruz Roja pues desde la puesta en marcha del programada de Solicitantes de Asilo en 2017, Cruz Roja ha atendido a 180 personas. Si bien, a consecuencia del recrudecimiento de la crisis en Ucrania, Cruz Roja ha puesto en marcha programas específicos para atender esta situación. Concretamente, solo en 2022, la delegación de Cuenca ha atendido a 311 refugiados ucranianos, tal y como señala Pedro Roca, presidente provincial de la organización, a Las Noticias. De ellos, 89 han sido alojados en un recurso de emergencia. En estos casos, se encargan de regularizar su situación, escolarizar a los menores, proporcionarles acceso a la sanidad y reforzar sus habilidades y competencias para fomentar su autonomía personal.

En cuanto al programa de Solicitantes de Asilo, la mayor parte de las personas beneficiarias proceden de Senegal y Malí, tal y como señala el presidente provincial de Cruz Roja. Una iniciativa que tiene una duración de entre 18 y 24 meses que presta presta atención individualizada e incluye acogida temporal, asistencia legal y psicológica, aprendizaje del idioma, traducción e interpretación y acompañamiento al empleo, con porcentajes de inserción laboral que, en los últimos años, llega hasta el 50%.

En definitiva, son algo así como un ángel de la guarda que hace más llevadera su llegada a un país nuevo en el que se encuentran totalmente solos y desprotegidos.