'Espectros de Cuenca': del Tenorio a Halloween, entre leyendas, calabazas y puches

Existe mucha literatura y tradición en torno a la fiesta de Todos los Santos y el Día de los Difuntos en todos los pueblos de nuestro solar hispano, que quizá ha quedado un tanto anclada en los últimos años con las celebraciones importadas de Halloween, que tanto hacen disfrutar a las nuevas generaciones. Por ello, con este titular de “Espectros de Cuenca en noviembre, entre leyendas, calabazas y puches”, intento recordar algunas antiguas tradiciones de estas fechas de finales de octubre y comienzos de noviembre.
La palabra “Espectros” la he recogido de un dibujo de Lorenzo Goñi que entiendo es muy expresivo, porque este genio, salido de una caja de humo, como él solía decir, era capaz de ilustrar con sus dibujos todo tipo de relatos, cuentos o leyendas, y por ello el aguafuerte titulado “Espectros de Cuenca”, de 1962, podía valer para ilustrar todas las leyendas que existen por nuestros lares.
Cuando llegan estas fechas, tras el cambio horario, en el que la noche se adueña del paisaje de la ciudad, recuerdo precisamente a Goñi, que entre sus numerosos dibujos fantasmagóricos, de una ciudad de por sí fantasmagórica en las horas vespertinas y nocturnas, trazó esa genialidad de “Espectros de Cuenca”, que parece condensar esa Cuenca de leyendas de vivos y muertos, de difuntos y fantasmas. Era una ciudad envuelta por el aire del medievo y desde la ermita de San Isidro, donde Goñi llegó a encontrar zorrillos muertos, el paisaje le creó impresiones fantásticas reflejadas en sus obras.
Goñi, que era sordo, pero sabía leer muy bien el movimiento de los labios, creía en los fantasmas y así se lo contaba a Raúl del Pozo en una entrevista que le hizo en 1958 para “Ofensiva”. Raúl del Pozo le proponía a Goñi que dónde le gustaría que le enterrasen. Y se explicó como en sus oníricos dibujos: “No me gusta un cementerio de ciudad; parece un almacén de muertos. En un cementerio grande y moderno están los muertos archivados. Me gustaría que me enterrasen en un cementerio de pueblo; allí deben estar los muertos tranquilos en su tertulia”.

EL TENORIO Y LA CRÍTICA LOCAL
No podía faltar la referencia a Don Juan Tenorio, fiel a su cita en noviembre. Era costumbre que en los teatros de Cuenca se representase la obra de José Zorrilla, tanto en aquellos antiguos teatros de La Paz, Principal o Liceo, que fueron el mismo escenario renovado, en la calle Alonso de Ojeda; como en el teatro Ideal Artístico de San Francisco; en el Teatro Cervantes, hasta su derribo, dando paso al edificio de los sindicatos de tan poco valor arquitectónico, y también en el desaparecido Teatro Cine Xúcar y en la Casa de Cultura. Se representó en bastantes ocasiones esta obra de Zorrilla, en algunos casos con grupos de teatro local, que estaban a una gran altura en esa recitación métrica y creo que la última vez que se puso en escena el Tenorio en Cuenca fue en el Teatro Auditorio, el 31 de octubre de 2014 por la compañía de Teatro Clásico de Sevilla.
Como anécdota cabe recordar que en una representación celebrada en Cuenca en 1910 algunos espectadores patalearon las butacas, según recogía en “El Liberal” de Cuenca la croniquilla de Stradivarius, titulada “Don Juan Tenorio”: “Cuando se puso en escena la archiconocida obra del inmortal Zorrilla, estuvo a punto de haber un escándalo de los no conocidos en nuestro teatro, por las intemperancias del primer actor, señor Armengod. Hallábase el teatro de bote en bote; ni una sola localidad vacía y hasta en dos palcos que quedaron sin vender, hubieron de acomodarse espectadores de patio que no encontraron sitio en su localidad”. El público se impacientaba porque no se levantaba el telón y tuvo que salir un actor para decir que el traje de don Juan Tenorio, del actor Armengod, no había llegado desde el Teatro Real de Madrid, y que se vestiría con otra indumentaria.

Por fin salió al escenario el actor Armengod en su papel de Don Juan, con ropa del medievo un tanto desaliñada, con el resto de actores que hacían de Luis Megía, Ciutti, doña Inés y demás personajes, pero su interpretación en verso la hacía de corrido sin que se le entendiese, lo que provocó patadas en el suelo y gritos, hasta que terminó la primera parte, con los ánimos muy subidos, pues el público mostraba su entrada diciendo que había pagado. En la segunda parte, Armengod mejoró su papel como recitador, aunque los mejores aplausos fueron para la señorita Ortega, en su papel de doña Inés, y para Ortega que hizo de Ciutti, terminando la función casi a las dos de la mañana. Al día siguiente llegó en el tren el traje de tenorio del afamado Armengod.
En distintas ocasiones no faltó el ingenio para la crítica local con los versos del Tenorio, y al efecto, en unos ripios de Julián de Velasco, que firmaba como “El Tío Corujo”, escribía estas “tenoriadas”, así tituladas en su espacio “De la Ventilla a Mangana”, en 1917, que no tienen desperdicio.
Noviembre, mes de los muertos,
mes de los huesos santos:
tenemos nieve en los cantos,
crisantemos en los muertos.
En estufas y hogariles
amor y fuego van juntos,
mientras que por los difuntos
lagrimean los candiles.
Hay castañas calentitas
y camillas con braseros;
la capa huyó del ropero
tras de las niñas bonitas.
Mes nubloso del Tenorio,
y mes de ediles contritos;
¡cuán gritan estos malditos
en desenfrenado jolgorio!
¡Renovación! No lo creo.
¡Justicia! Ya no me fío:
Pueblo famélico y frío,
¿dónde estás, que no te veo?
Vuestra actuación concejil
llevó al pueblo tantos males.
¡no quiero ya concejales,
ni buscados con candil!
Llamé al cielo y no me oyó;
hasta el cielo se hace el sordo,
edil que se ponga gordo…
responda el cielo, yo no.
¿No es verdad, ángel de amor,
cocinera de mi casa,
que con esto de la tasa
se roba mucho mejor?
Cuántas como esta tan claras
fui de su ilusión juguete;
¡quién, insensato, te mete
en camisa de once varas!
Vuestros semblantes esquivos
mostráis, diputados yertos:
¡queréis haceros los muertos
y resultáis unos vivos!”
Siguiendo con los versos del Tenorio aplicados a la crítica local, en este caso referido al problema del agua potable, el alumbrado y el servicio del trolebús de la Ventilla a la Plaza Mayor, se podía leer en “Ofensiva”, al hilo de la representación de Don Juan Tenorio en noviembre de 1943, en el desaparecido Teatro Cervantes.
La apuesta fue porque un día
dije que era impepinable;
que en cuestión de agua potable
peor servicio no había.
--Y siendo muy distanciado
Al vuestro mi parecer.
Dije: peor no ha de ser
que el servicio de alumbrado.
Yo a la Catedral subí
Yo a la Trinidad bajé.
Como trolebús no ví
Lo tuve que hacer a pie.
Por cierto, el actor que hacía de Don Juan, en 1943, se apellidaba Acero y no faltó el cachondeito en verso: “Con dicho apellido a cuenta, / es un Don Juan jaranero, / y en su decisión alienta / una voluntad de acero; / pero de a… cero, cincuenta…
PINCELADAS DE LA PROVINCIA
De la provincia podíamos hablar largo y tendido de estas costumbres del día de los santos y los difuntos, y aquí dejamos unas pinceladas: En Fuentelespino de Moya, el pueblo de Marco Pérez, relataba José Benedicto Sacristán que la cofradía de las Ánimas corre con los gastos de la novena de los difuntos y que antiguamente el sacristán pasaba la noche del 1 al 2 de noviembre entre el hueco de las campanas con un brasero encendido y castañas, doblando a difuntos, tirando de la cuerda. Evoca Sacristán en un verso la costumbre de visitar los camposantos: “Las flores del cementerio, / el viento las bambolea: / unas se las lleva el aire / y otras llorando se quedan”.

En Cardenete, cuenta Paco Cocera, la práctica común del mes de noviembre era asar castañas y patatas hasta el día 30, “en la espera de que San Andrés nos dé permiso para matar el gorrino”. En la noche de difuntos no dejaban de doblar las campanas y en la iglesia “se colocaba un catafalco durante el novenario de ánimas y en el primer domingo, acabada esta novena, se lleva a San Antonio a su ermita”.
Pascual Martínez cuenta en su libro “Tradiciones y costumbres de Casas de Benítez” que en el día de los difuntos o “noche de los finaos”, las gentes ponían una lamparilla en un recipiente con aceite cuando volvían del cementerio, y en esa noche los campaneros hacían sonar su tin-tan de toque de muertos, quedando las calles vacías con la tenue luz. Por la tarde, los campaneros habían ido de casa en casa y la gente les daba rolletes, uva, chorizos, pan y vino, para pasar la noche en el campanario.
En Reíllo, como en tantos pueblos de la provincia, tras las visitas al cementerio, en las noches de noviembre, al calor de la lumbre era costumbre contar historias de miedo para asustar a los muchachos, cuenta López Requena en su libro de fiestas de Reíllo, sobre todo la leyenda serrana de “El hombre de la capa”.
Tanto en Fuentelespino, como en tantos pueblos de la provincia, la chiquillería vaciaba el interior de las calabazas, haciendo orificios de ojos, nariz y boca, y colocando una vela encendida, para ir de casa en casa asustando a los vecinos y profiriendo esta frase: Por las ánimas benditas / todos debemos rogar: / Que Dios las saque de penas / y las lleve a descansar”.

De las antiguas leyendas, tanto de Cuenca como de la provincia, la celebración ha evolucionado, fagotizada por “Halloween”, sobre todo en la grey infantil. Recuerdo que en los años cincuenta y sesenta pasábamos un miedo atroz con las historias que nos contaban de “La cruz de los descalzos” o “El hombre de la capa negra”, de Huélamo, que publicó en sus leyendas María Luisa Vallejo; “El tío del saco”, “¡Que viene Camuñas!”, “Marieta, eta, eta…” y otras tantas como “El perrete de la condesa” o la famosa “In illo tempore” .
Los niños de ahora celebran Halloween como un divertimento, aunque se disfracen de dráculas, esqueletos, y todos esos personajes de miedo y terror, además de pintarse la cara de blanco o de rojo sangrante. Vamos, que se lo pasan mejor que el “conde Arturito, que salía de su tumba, y en paños menores se bailaba una rumba…”
Y entre leyendas que daban dentera no falta la gastronomía para darle al diente y ahí tenemos por doquier, los huesos de santo; buñuelos de nata, crema y chocolate, cabello de ángel y cómo no los puches con agua, aceite, harina y azúcar, y los cuadraditos de picatoste. En las casas se hacían puches y los guachos o chaveas nos íbamos a buscar paloduz o a comprar castañas asadas de los hermanos Velasco con su “locomotora”, que no había que confundirlas con las castañas pilongas… En los escaparates veíamos las granadas, los higos secos…, las calabazas pintadas y cómo no las primeras naranjas y mandarinas de la temporada. Llegaba noviembre, el ecuador del otoño…