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Educación

Dislexia, más allá de un trastorno del aprendizaje

La Junta ha constituido una mesa de trabajo para redactar el primer protocolo de actuación para disléxicos, lo que desde Acuaprende califican de “histórico”
Fotos: Lola Pineda
13/02/2022 - Paula Montero

Al tiempo que Oihane se prepara para su próximo examen de Lengua y Literatura con ayuda de una maestra, en la sala de al lado Jacobo practica operaciones con números. Mientras, en otro aula, la maestra de inglés imparte una tutoría online a una niña que vive fuera de la capital conquense para evitar su desplazamiento y garantizar que esté atendida y, entre tanto, la presidenta tiene una reunión con varios padres para asesorarles  y guiarles en el largo camino que tienen que recorrer para poder ayudar a sus hijos o hijas diagnosticados de dislexia recientemente. 

Esta es la actividad habitual de la Asociación de familias, dislexia y dificultades del aprendizaje de Cuenca (Acuaprende), donde atienden a 90 chicos y chicas diagnosticados de dislexia, discalculia, disgrafía o disortografía, cuatro  dificultades específicas que afectan a un 5% de la población española y que en un 80% de los casos es de transmisión genética. 

Cualidades que les causan complicaciones a la hora de hablar, escribir y comprender un texto y que aún son muy desconocidas para el conjunto de la sociedad. Eso sí, en Acuaprende también les ayudan a mejorar la autoestima y confianza en sí mismos ya que “estos niños se sienten incomprendidos y el bicho raro de la clase. Nada más alejado de la realidad porque son brillantes, únicos e irrepetibles”, asegura Marisa Conde, presidenta de Acuaprende. 

Los más pequeños suelen llegar  a esta organización con seis años, aunque pasan en Acuaprende gran parte de su vida, hasta que acaban sus estudios de Bachillerato al menos. Una meta que requiere de mucho esfuerzo para estos niños y niñas ya que su cerebro decodifica de forma diferente las palabras y al tener un sistema educativo basado en la lectoescritura y la memorización de conceptos se les hace muy complicado avanzar al mismo ritmo que sus compañeros.

En total, 8 profesionales conforman la plantilla de este colectivo que se encuentra en la capital y está dividido en dos sedes. Entre ellas hay cinco maestras de Educación Infantil, Primaria y con especialidad en inglés, junto a una psicopedagoga y dos educadoras sociales. Profesionales  que les enseñan a trabajar con juegos manipulativos o hacer esquemas y resúmenes con colores para que su cerebro asocie con facilidad los conceptos. Además, no dudan en definir esta asociación como “una gran familia porque vivimos sus logros, exámenes y tareas como nuestros” pues se sienten identificadas con  estos chicos y chicas porque entre las empleadas hay disléxicas.

Eso sí, a pesar de que existan colectivos y asociaciones como esta es necesario continuar haciendo hincapié en la importancia de sensibilizar a la población y en especial a los centros educativos para que “los profesores adapten los contenidos porque igual que un niño con miopía lleva gafas, uno con dislexia necesita de ayuda”, explica Marisa Conde.

Es, por tanto, de vital importancia contar con una guía o protocolo de actuación para disléxicos común a docentes, asociaciones y familias. Finalmente, tras años de lucha e insistencia, la Consejería de Educación, Cultura y Deportes ha constituido recientemente una mesa de trabajo para comenzar a redactar de forma conjunta con las seis asociaciones castellanomanchegas de este ámbito un documento que permita detectar e intervenir en estos casos y que es “muy necesario para todos”, asegura la presidenta de Acuaprende.  

Un avance que para las familias y los afectados es un paso de gigante ya que normalmente pasan varios años hasta que el neuropediatra les diagnostica y el equipo docente del centro se pone manos a la obra porque “no quieren salir de su zona de confort y en algunos casos no están preparados para afrontar estos casos que afectan a uno o dos niños por aula según las estadísticas”, dice la presidenta.

Una situación que ha vivido de cerca Lorena Palacios, una joven conquense de 16 años a la que en un primer momento le achacaron problemas auditivos y visuales en lugar de determinar su problema de dislexia. Una adolescente que para sentirse comprendida desearía que “esas personas que no nos entienden pasaran un solo día siendo como nosotros”. 

Javier Pérez, por su parte, es padre de Jacobo un niño de seis años recién diagnosticado y siente que la sociedad es “poco empática”. Si bien, a pesar de llevar desde octubre trabajando con Acuaprende ha visto como su hijo ha conseguido normalizar su trastorno y trabaja cada día para mejorar sus habilidades con la lectura y escritura. Además, las herramientas online que en Acuaprende han intensificado desde la llegada de  la pandemia les permiten trabajar a distancia para atender a jóvenes de la provincia.

Por último, Eva Gil, madre Oihane ha notado un cambio radical en su pequeña desde que llegó a Acuaprende ya que al estar en contacto con chicos y chicas en su misma situación “se siente comprendida y ha aprendido a afrontar problemas con naturalidad”. 

Familias, que representan a un gran colectivo que lucha de manera incansable cada día para que la sociedad no olvide a las personas que sufren estos trastornos del aprendizaje. 

Dislexia, más allá de un trastorno del aprendizaje