
A lo largo del mes de agosto, mientras la capital se vaciaba de tráfico y rutina, un pequeño equipo de tres artesanos ha trabajado silenciosa y cuidadosamente sobre una de las piezas mas simbólicas del Tribunal Supremo: la vidriera de la escalinata principal, por donde cada mes de septiembre accede el Rey de España para inaugurar de manera solemne el año judicial. Frente a ese equipo, Juan Manuel Cervera, artesano del vidrio conquense que empezó en la profesión hace más de 20 años y que ha recibido el encargo de mantener y conservar un patrimonio tan delicado como bello y deslumbrante.
“Para mí ha sido un enorme orgullo”, nos cuenta Cervera, para quien “lógicamente no es lo mismo colocar un cristal en la ventana de un apartamento que restaurar una vidriera histórica”. Son trabajos, dice, “que te llenan de satisfacción”.
El edificio que hoy alberga el Alto Tribunal fue, en sus orígenes, el convento de las Salesas Reales. Tras un gran incendio ocurrido en el año 1915, el edificio se transformó casi por completo y se le dotó de una serie de vidrieras y lucernarios propios de la arquitectura señorial del Madrid de principios del siglo XX.
Las vidrieras con las que se ha encontrado Cervera y en las que ya ha dejado su impronta datan de los años 20 del siglo pasado y “aunque no están firmadas todo indica que proceden de la casa Maumejean, una prestigiosa vidriera francesa que también trabajó para edificios tan relevantes y emblemáticos como el Banco de España”.

METODOLOGÍA Y TÉCNICA
La labor de Cervera ha sido fundamentalmente de limpieza y mantenimiento, con una técnica muy precisa y sumamente cuidadosa: “Cuando encontramos una vidriera de esta naturaleza lo más importante es procurar que la actuación no sea irreversible. Esa es una máxima de este oficio y de otros muchos trabajos de restauración. Hay que buscar si existe alguna patología en la vidriera, algún vidrio roto, alguno pintado con grisalla o esmaltes y que se haya deteriorado con el paso del tiempo. También investigamos si hay alguna rotura en el plomo… si algo de eso se aprecia, la patología tiene que ser subsanada”, subraya Cervera.
La primera actuación en el Tribunal Supremo les ha llevado algo más de un mes y en ella han plasmado su conocimiento y experiencia de años. El próximo reto llegará en el mes de septiembre, cuando intervengan en el lucernario de la antesala de la presidencia del Alto Tribunal.
El encargo para trabajar en el Alto Tribunal no llegó a Cervera por casualidad. El anterior restaurador de las vidrieras, Jacinto Cuesta, también artesano conquense, se ha jubilado recientemente y fue él mismo quien recomendó a Juan Manuel Cervera para recoger el testigo de tan insigne labor. “Es un trabajo que me llega gracias precisamente al relevo. Y ahora el problema es ese: no hay mucha gente que venga detrás para hacer lo que hacemos nosotros”.
El oficio de artesano es hoy una rareza, en esta y en otras muchas ramas de la artesanía. La industria moderna apenas demanda vidrieras emplomadas y “los pocos talleres que resisten los hacen gracias a encargos puntuales de restauración en templos o edificios históricos”: “Somos un poco el eslabón olvidado. En las construcciones modernas rara vez se incluye una vidriera como lucernario o ventanal. Eso hace muy difícil que haya relevo generacional”
El propio Cervera, que se formó académicamente en artesanía del vidrio y obtuvo el carné en 2005, ha compaginado a lo largo de su trayectoria profesional en Cuenca la cristalería de uso común con la creación de vidrieras para ermitas e iglesias de la provincia, como las de Minglanilla o Bólliga. “Cuando te surge un trabajo como el que hemos hecho en el Tribunal Supremo te llena mucho porque de alguna manera te sientes parte de la historia de ese lugar”.
El trabajo de Cervera y en general de los artesanos del vidrio es un trabajo de paciencia, constancia y respeto escrupuloso por la historia y el trabajo de quienes les precedieron, a la vez que es un recordatorio de que “este saber corre el peligro de desaparecer si no encuentra continuidad”.
De momento, Juan Manuel Cervera y su equipo van a seguir trabajando y cuidando con esmero el patrimonio y las vidrieras del Supremo, esas enormes y majestuosas ventanas de colores por las que la luz se filtra e impacta sobre los hombres y mujeres quienes tienen un encargo necesario en democracia: el de impartir Justicia con mayúsculas.
