Mira en el corazón
Cuando nos vamos haciendo mayores, como es mi caso, y has aguantado con estoica humildad, críticas destructivas hacia el prestigio y los valores morales, donde campea la injusticia y maldad del individuo, normalmente imbuido en la envidia como esa mala consejera, te das cuenta de lo poco importante que son esas situaciones frente a las desgracias y tragedias que la Madre Naturaleza nos “ofrece” con injusta virulencia provocando muerte, desolación, ruina y perdida de sentimientos.
Por eso, mi apoyo a todas esas familias de tantos y tantos pueblos del Levante, no solo debe de quedar en palabra escrita, sino en hechos, en apuestas económicas y en realidades morales y físicas. Así quiero hacerlo y así lo haré.
Pero este pequeño artículo que no pretende más que dar un humilde soplo de conciencia, quiero que vaya para el pueblo de Mira y todas esas familias que han sufrido directamente la afrenta del agua cuando viaja sin control y se vuelve asesina.
Allí, donde tuve la suerte de vivir un tiempo, donde apoyé actividades culturales constantes, coordiné el libro de su historia, reviví mi juventud entre amigos, vecinos y grandes personas, se ha desenvuelto la tragedia con crudeza y ha conseguido herir corazones de personas, unos en pérdida humana y otros en destrozos de esos recuerdos, de esa vida, de ese hogar, de esa economía familiar y de esos sentimientos.
Tal vez, Antón Martín se hubiera sentido todavía más humano al ver a sus paisanos en el drama más brutal de su historia, desde esa calle de la Cruz donde nació; tal vez, la Asunción como advocación de su iglesia parroquial no haya estado atenta para evitar tanta desgracia y tal vez, esa Vera Cruz, como cofradía de historia, ha sido incapaz –por sorpresa e injusticia- de evitar un tiempo sin tiempo.
Sin duda, no es el mejor momento de ensalzar pasado de un pueblo vinculado en tiempos al alfoz de Requena, ni siquiera de recordar a los reyes Fernando III o el Arzobispo Jiménez de Rada cuando decidieron cristianizar este lugar.
Ahora, es el momento de apoyar con todo lo que buenamente podamos disponer, escribiendo, sintiendo, valorando, concienciando y donando en toda su dimensión, provocando reflexiones para que las Instituciones sepan apostar con toda su fuerza política y social, hacia unas gentes, inocentes, que han sufrido el rigor de una Naturaleza despiadada.
Sentir el peso de una DANA injusta con demasía en este bello lugar, en las riberas de un río que llamado Ojos de Moya, ese mismo que durante siglos –junto al Cabriel- han regado parajes como Los Molares, la Dehesa Carnicera, la Sierra, la Cabezuela, Boalaje, Carrascalejo, el Llano, la Redonda, Cerro Carril, la Muela y ese Monte Cerro Cabeza de Labría Cuchillo, ahora se hizo traidor a su historia.
Y por qué ahora, se ha descabalgado hacia el caserío, hacia el sentir de las familias que tanto los han aclamado. Aún recuerdo, la Fuencaliente, la Cañada, Cañadavedija, el Cañaveral, la Somera, Casa Alaúd, Charandel, la Fuente la Higuera, las Hoces, el molino de la Hoz, el molino de la Piedad, el molino del Sargal, el molino de la Peña el Carro, el Panizar, el Portichuelo, el Rincón del Álamo y el rento del tío León. No sé si los restos de sus ermitas, como la de San Agustín, San Roque, san Pedro, la misma de la Fuencaliente y la Piedad, contiguas al casco de la villa, recuerdan la devoción intensa que aglutina la afamada de la Cuevasanta; pero sí se, que estas buenas gentes mireñas no se merecían esta crueldad.
Sirva para todos vosotros, mi aplauso por demostrar esos grandes valores que atesoráis al dejar sentir ese apoyo constante de los demás; sirva también mi admiración, una vez más, por esa solidaridad demostrada como pueblo, dando un verdadero ejemplo a toda la provincia y por eso, sigo creyendo en vuestro paisanaje y vuestros grandes valores y seguiré en esa línea de pedir y pedir todo cuanto en mi capacidad humana esté para que volváis a ser el pueblo que tanto admiré y que sigo queriendo por amistad y familia.