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José Ángel García
José Ángel García
13/02/2018

Una tarea peliaguda

La espléndida conferencia con la que el profesor Sáez Pérez planteó el pasado martes, en el marco del programa de actividades cara al público de la Real Academia Conquense de Artes y Letras, las líneas generales del debate sobre el complejo fenómeno demográfico de la despoblación, da pie a que este articulista vuelva a retomar, aunque quede todavía tan cercana su anterior intervención al respecto, el comentario de un hecho no exclusivo desde luego de nuestros lares –en nuestro país habría, según datos dados a conocer el año pasado, catorce provincias con más del ochenta por cierto de sus municipios con menos de mil habitantes, lo que los expertos califican como un riesgo real de extinción demográfica– pero que tan directamente nos afecta: Cuenca presentaba, junto a Huesca, un porcentaje del ochenta y siete por ciento en una relación liderada por Soria con un noventa y cuatro por ciento de sus municipios prácticamente desiertos. Añádanle a ello que además el problema ya no lo tendríamos sólo en sus históricos emplazamientos de la Alcarria y la Serranía sino que incluso ese proceso de pérdida progresiva de población se vendría dejando sentir hasta en la propia capital, la única dentro de las de nuestra comunidad autónoma que pierde habitantes en paralelo proceso al del resto de la provincia: si la una baja de los cincuenta mil habitantes, la otra lo hace de los doscientos mil, en una caída a la que se une el hecho nada favorable desde luego de que no sólo vamos siendo menos sino también más mayores. Y aunque no sea un fenómenos nuevo, como podremos comprobar probablemente en la charla que la propia RACAL nos oferta para la semana entrante y en la que García Marchante y Jiménez Monteserín contrastarán los datos históricos de la población conquense con los actuales, sí es, desde luego, tan preocupante que la necesidad de frenarlo se ha calificado en su conjunto, tanto para nuestro país como para, también, distintas áreas de la Unión Europea, como uno de los principales retos del siglo. Un reto nada fácil sin duda de afrontar pero para el que habría que partir siempre del hecho de que, como bien ha señalado en distintas ocasiones el propio antes citado más reciente conferenciante de los martes de la Academia, las conductas demográficas dependen, fundamentalmente, de aspectos relativos a la calidad de vida del lugar, de la compatibilidad entre los ámbitos laboral y familiar y de la estabilidad económica, consideraciones ineludibles para, a partir de ellas, intentar planificar acciones e intervenciones, siempre coordinadas y siempre apoyadas,, para que puedan llegar a buen puerto –y ahí viene lo difícil del cómo llevarlo a la práctica–, partiendo de los deseos de las personas. Una tarea, vaya si no, más que peliaguda pero inevitable si queremos comenzar a salir del atolladero.

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