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Por la vereda conquense: la trashumancia que resiste

Ismael Martínez lleva 46 años recorriendo con sus ovejas los 535 kilómetros que separan Guadalaviar (Teruel) de Vilches (Jaén), resistiéndose a que esta tradición desaparezca
Fotos: Saúl García
12/11/2025 - Eduardo M. Crespo

El sol empieza a calentar en Cuenca cuando el rebaño de ovejas de Ismael Martínez, pastor de Guadalaviar (Teruel), deja atrás los montes de Chillarón para transitar con paso firme hacia el paraje de Albaladejito y continuar, una jornada más, camino de la dehesa de invierno en la provincia de Jaén. Los cencerros repican mientras cuatro grandes mastines flanquean el paso de las ovejas. Ismael nos saluda con una sonrisa cansada, con el rostro curtido por las más de cuatro décadas de trashumancia por la Cañada Real Conquense.

“Empecé con 14 años y mañana cumplo 63. Si tuviera que volver a empezar, volvería a hacer lo mismo, pero como se hacía antes… sin tanta burocracia ni historias”, nos cuenta mientras vigila el avance de sus más de 2.500 ovejas. Ismael y su hermano Vidal emprendieron el camino desde la Sierra de Albarracín hasta Vilches, en Jaén, el pasado 31 de octubre. Les acompaña el hijo de un primo, “decidido o eso parece por el momento”, a aprender el oficio familiar, aunque con un futuro incierto. “Cuando nosotros nos retiremos, él no podrá hacerlo solo por mucho amor que le tenga a la trashumancia y a la cañada. Una persona sola no puede hacer esta vereda, es imposible, hacen falta más pastores”, se lamenta Ismael, porque la trashumancia, nos cuenta, “es mucho más que un viaje, exige manos, paciencia y conocimiento del ganado y del territorio”.

La migración del ganado de Ismael en busca de pasto por veredas, cordeles y coladas atravesará tres comunidades y cuatro provincias y sumará 535 kilómetros de marcha. El grupo caminará durante 24 días en jornadas de entre 20 y 24 kilómetros. El camino no va a ser fácil porque los pastores deberán cruzar carreteras, autovías y vías férreas, “siempre con la ayuda de la Guardia Civil”, a lo que habrá que sumar las inclemencias del tiempo: “Si llueve mucho, el barro nos mata. Las ovejas se ponen cojas por la humedad, por una glándula que tienen en la pezuña, y tanto ellas como nosotros acabamos hechos polvo”.

 

 

“Durante 24 intensos días recorrerán parte de España en jornadas de entre 20 y 24 kilómetros”

La Cañada Real Conquense, también llamada de los Chorros o los Serranos, fue durante siglos una autopista ganadera que conectaba los pastos de verano e invierno. Hoy, buena parte del trazado se ha visto reducido por las concentraciones parcelarias de los años 60 y 70. “Entonces no tuvieron la consideración de que por allí pasaba la cañada y en algunos tramos no queda más que el espacio que ocupa un tractor, que cuando están sembrados en primavera es un problema”, subraya Ismael, quien reconoce que en la vereda conquense se han realizado importantes mejoras en los últimos años: “En algunos puntos se han hecho refugios nuevos, se han ampliado abrevaderos y se han mejorado corrales. Ha ido a mejor, pero si dejamos de pasar por aquí, esto va a desaparecer. La cañada se defiende de una manera: andando”.

Mientras la salud se lo permita, Ismael bajará a pie con su ganado por los antiguos caminos de la Mesta, como antes hicieron su padre y su abuelo materno que “ni un solo año dejaron de bajar desde la Sierra de Albarracín a Sierra Morena”. La trashumancia, remarca Ismael, no solo mantiene vivas las tradiciones, sino que cuida como nadie nuestra tierra: “Los animales limpian los montes, abonan los suelos y evitan incendios. Y, además, como aprovechan los pastos naturales, van desprendiendo sus semillas por el camino. En tiempos de lluvia, al haber aportado sus nutrientes, salen nuevas plantas”.

 

 

Un aula al aire libre
Foto Saúl García

Desde hace 15 años, profesores y alumnos de la Facultad de Veterinaria de la Universidad de Zaragoza acompañan a Ismael y familia por la trashumancia de otoño, un aula al aire libre bajo la coordinación del profesor José Luis Olleta que se ha convertido en una experiencia inédita para unos pocos privilegiados. “Queremos que los alumnos vivan lo que es la vereda, que entiendan su valor ecológico y cultural”, nos explica Olleta, quien asegura que la trashumancia es una actividad que ayuda a conservar el paisaje y a mantener limpias las vías pecuarias, “algo que sin relevo generacional es difícil que perdure”.

Marta Herráiz camina por la vereda junto con otros nueve compañeros, ella nació en Casillas de Ranera (Cuenca) y es una de las alumnas de veterinaria que se ha animado a participar en una de las cuatro etapas del camino a lo largo de seis días. Herráiz tiene solo 21 años y siente un amor desmedido por la naturaleza: “Es mucho más de lo que te puedan contar. Aquí aprendes la importancia del patrimonio, de la sostenibilidad, de convivir con la naturaleza. Dormimos en tiendas de campaña, caminamos con el ganado unos 25 kilómetros al día y ves cómo todo cobra un sentido”.

 

Foto Saúl García

Hoy por hoy, apenas son siete los ganaderos de la Sierra de Albarracín que siguen bajando a pie a las dehesas invernales, cuando hace unos años eran decenas. “Algunos lo hacen ahora en camiones, pero yo, mientras las piernas aguanten, seguiré andando. Para mí es una forma de respetar a los que vinieron por aquí antes que yo”. Y porque la trashumancia, dice rotundo Ismael, le ha permitido conocer y crear lazos “con gran cantidad de gente buena”.

Quienes hemos elaborado esta crónica acompañando a Ismael y al resto de la comitiva durante unos dos kilómetros de vereda conquense solo nos queda desearles fuerza y mucha suerte en el camino, agradeciéndoles el que nos hayan permitido conocer parte de un corredor de biodiversidad y memoria rural que, por fortuna, se resiste a desaparecer.