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Pajarón abrió las fiestas de San Gil con un Pregón de tradición e historia

03/09/2017 - Miguel Romero

“En las Tradiciones se encierra el Alma de cada Pueblo y en ese alma está la esencia de su propia vida y de su rico pasado”.

Este año me ha tocado a mí y lo he hecho con esa dignidad que me caracteriza cuando se me ofrece la posibilidad de pregonar a alguno de nuestros pueblos.


Tal vez, llevar a cuestas la friolera de 47 pregones -más o menos unos 42 pueblos de nuestra extensa y variada geografía provincial, además de los tres de la capital y de diez de sus pedanías y barrios-, te ofrece la seguridad de que cada pregón de fiestas tenga ese viso de consideración afortunada. Y lo digo sin afán de protagonismo, sino simple y llanamente, porque me siento honrado de hacerlo, máxime cuando soy un simple profesor de historia que ha dedicado gran parte de su vida a recorrer nuestros pueblos y dar a conocer parte de su rica historia con el único afán de ofrecer a los demás esa parte de contenidos que uno puede haber conseguido mantener en su experiencia.


¡Qué bonito puede resultar! y es así de sencillo. El público que te escucha, mucho por lo general, está esperando aprender aspectos poco conocidos de su lugar de origen, de sus ancestros o de su pasado; y si ese alguien -como puede ser mi caso- llega y sin más se lo ofrece para su diversión, entretenimiento y gozo, “miel sobre hojuelas” -como diría mi abuela-, porque ahí está la razón del sentir de la propia vida.


Pajarón está en la Serranía Baja, en la comarca de Carboneras de Guadazaón y en esa intersección donde la Naturaleza se hace sabia al ofrecer córcovas sedimentarias, lagunas, hoces y torcas, en un paisaje que nos llena de intensidad medioambiental. Es un lugar de poca población, apenas conocido por muchos de nuestros paisanos conquenses, lleno de masa pinar, cerca de las Cañadas ganaderas que hicieron grande la trashumancia en los siglos pasados, y ahora, al igual que casi todos, inmerso en supervivir entre un gran envejecimiento poblacional.


Después de cruzar el bellísimo paraje de las Lagunas de Cañada del Hoyo, luego las Hoyas de la Cierva donde el paleontólogo ha encontrado su reino y cruzar el puente sobre el río Guadazaón, te adentras en un paisaje curioso. Algunos pinos, bastantes sabinas, quejigos y monte bajo te abren esa vega donde las aguas se han reblanquecido con el caolín, dejas montes y algún valle o pastizal como el Carrascal donde en tiempos buenos ganados pastaban –los de Recesvinto, Elías, Leovigildo, Ángel o Virgilio- y en lo alto de un cerrito, se observa lo que en su momento fuera una pequeña fortaleza y ahora sea, simplemente, el recuerdo de ello.


Aquí se dilucidó en el siglo XIII una de las batallas más importantes en el acontecer de esta Tierra de Castilla, pues en ella, los aragoneses vencieron al ejército de Sancho IV y los santiaguistas de Rodrigo Páez, comendador mayor de Uclés, muerto en este lugar.

Lo cierto es que es un lugar pequeño pero muy acogedor. Descubres entre sus callejas, te recibe un caserío antiguo que está necesitado de restauración pero que, mientras eso llega, te provoca añoranza de aquellas construcciones serranas ya olvidadas, donde los portones partidos, los tejaroces y alguna que otra ventana angosta o ventanuco, alimentan el recuerdo de nuestros antepasados.


Si paseas por su calle principal o coges alguna adyacente, tal cual la de la Fuente, la de la Iglesia o la de Arriba, puedes encontrarte con algún vecino que si tienes a bien preguntarle por el lugar –tal vez podría ser Julián Araque, buen colmenero, resinero y herrero-, es posible que te cante eso que dice: “A la calle abajo, baja una naranja rulando, uno le da con el pie y otro le da con la mano. Pajarito mañanero no vayas a las praderas que ente los juncos hay trampas y te cazan como quieran…”