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José Ángel García
José Ángel García
02/08/2020

Una utopía

Hace algo menos de treinta y cinco años, en concreto en noviembre de 1985, la ciudad de Cuenca, nuestra Cuenca capital, se convertía, aunque fuera tan solo, ¡ay!, por unos días, en una “rara avis” del panorama comunicacional hispano al transformarse en la primera población del país que, en aquellos años de tanta modestia comunicacional a nivel estatal, recibía simultáneamente, bajo el atrayente epígrafe de “Cuenca, ciudad global”, la programación de un turbión de canales de televisión, tanto nacionales como extranjeros, recepcionados vía satélite mediante antenas parabólicas instaladas al efecto, al que se añadía uno local en el que, junto a tres presentadores del espectro televisivo tan conocidos en aquellos días como Ladislao Azcona, Joaquín Arozamena y Pedro Meyer, intervinieron periodistas e informadores conquenses en una experiencia complementaria paralela al seminario sobre comunicación patrocinado por la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, la UIMP, vaya, en colaboración con RTVE y otros organismos y empresas públicas y privadas iniciando una experiencia que, con distintos formatos, iba a prolongarse a lo largo de diez años acogida al patrocinio de Fundesco, la Fundación para el Desarrollo de la Función Social de las Comunicaciones subvencionada casi al cien por cien por Telefónica. Veterano cual por ser autopiadoso en el calificativo– es este columnista, el hecho, para aquellos días fascinante hecho, del que fue testigo y modesto participante, le volvía a la memoria al hilo de las informaciones que en estos últimos tiempos han venido apareciendo en los medios sobre la construcción de agrupaciones urbanas o incluso verdaderas ciudades completas que cabría llamar “ciudades del futuro” como, por ejemplo, el nuevo barrio Merwede– proyectado por las autoridades de la ciudad holandesa de Utrecht que, diseñado desde cero en torno al peatón teniendo en cuenta los nuevos paradigmas en movilidad y respeto al medio ambiente, contará con 12.000 habitantes, un proyecto que se pretende, además, que sea colaborativo y, de hecho, está abierto a la participación ciudadana y que se espera que pueda acoger ya a sus primeros habitantes en 2024; o como la Woven City que, con una extensión de más de setenta hectáreas, edificará en Japón, a los pies del monte Fuji, la empresa Toyota y en la que, concebida como un asentamiento de residentes e investigadores a tiempo completo que podrán probar y desarrollar tecnologías como la conducción autónoma, la robótica, la movilidad personal, las casas inteligentes y la inteligencia artificial en un entorno real, experimentará las tecnologías que inspirarán la movilidad de los tiempos que llegan. Y, apoyado en esa melancólica rememoración de aquella experiencia mediática de nuestra capital en los ochenta en las primeras líneas de este texto aludida, el columnista, utópico perdido, lo reconoce, desde siempre, se pregunta si, dadas nuestras características poblacionales –permítanme el sueño– no podríamos ofertarnos y buscar, a como sea, patrocinadores para albergar alguna experiencia parecida que, sacándonos de nuestro actual marasmo, nos encarrilara por las vías de un porvenir que mutara para bien nuestra actual tan poco floreciente realidad socioeconómica. Utópico, ya les dije, que es uno.

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