Nuestra memoria

El reciente reconocimiento a la trayectoria periodística otorgado a José Luis Pinós por la Asociación de la Prensa –una trayectoria donde junto a su intensa y continuada labor como informador deportivo tanto en medios impresos cuanto audiovisuales destaca asimismo su impagable labor como testigo de la historia conquense a golpe de imágenes fotográficas– y la exposición abierta este jueves en el Centro Cultural Aguirre del asimismo fotógrafo y cámara televisivo Antonio Texeda bajo el expresivo título de “Cuenca. Una historia. Una mirada” han venido a poner estos días de manifiesto el valor que esa tarea documental tiene para nuestra historia, para, vaya, la conservación de la memoria de nuestra historia más digamos próxima, ésa que sin embargo tantas veces dejamos escapar precisamente por esa misma cercanía a nuestro propio vivido colectivo devenir. Una memoria que, más allá de la mirada puntual que nos ofertan estos hechos coyunturales pero pasajeros, deberíamos esmerarnos en mimar y conservar de una manera más continuada y permanente pues, por ejemplo –ciñéndonos en concreto a este tipo de tesoros gráficos testimoniales– con la conformación de un archivo permanente de imágenes, que mantenga esa validez documental –la de la obra de Pinós y de Texeda y la de tantos otros provenientes tanto del mundo periodístico como de otras modalidades de la fotografía– que cuide su preservación y las ponga y mantenga al alcance tanto de estudiosos como del público en general; un archivo de imágenes al que bien podría y sin duda debería añadirse el valioso y rico fondo de grabaciones sonoras que asimismo atesora, por su parte, la emisora conquense de Radio Nacional de España. Sería una tarea que –déjenme que arrime el ascua de mi comentario a la sardina de un tema que ya he traído alguna que otra vez a este mi semanal hueco opinativo– bien pudiera integrarse en ese Museo de la Ciudad (o de la provincia, ¿por qué no?, también, por supuesto) que ya he escrito que considero que falta dentro de nuestra por otra parte desde luego que nutrida y envidiable realidad expositiva; una institución que, permítanme que lo reitere también en una ocasión más, existe en tantas y tantas capitales de nuestro país. Una institución, un museo que nos sirviera para explicar el desarrollo de nuestra historia tanto a nosotros mismos, a quienes vivimos su día a día y quizá por ello, cual acabo de apuntar, no le damos la atención que vaya si no merece, como a nuestros visitantes, de manera a la par sencilla y didáctica. Es algo que, cual también he dicho ya en alguna de esas antes aludidas anteriores ocasiones, lo mismo ni es tan difícil ni tampoco tan gravoso acometer.