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Jose An. Montero
Jose An. Montero
10/09/2021

Glosa y elogio del guía

Hay viajeros que cuando llegan a un sitio, preguntan a dónde llegan, deseando conocer dónde se bebe el mejor vino y donde es más fresca el agua. Hay viajeros que gustan de preparar el viaje con tiempo y de ser acompañados en el camino por quien conoce la senda. También los hay que van haciendo la maratón del "yo también estuve allí", bastándoles una foto frente al icono de turno para presumir de haber estado. Estos no necesitan ni guías escritas, ni guías parlantes, les basta con unas coordenadas que alcanzar. 

Frente a este turismo de paso ligero, que arriba a puerto en oleadas, existe el viajero  que gusta del encuentro con el otro, aspirando a conservar algo del espíritu del que viaja para descubrir. Desde que Baedecker y Murray publicaran las primeras guías de viaje modernas en la primera mitad del siglo XIX, este fue un artefacto básico para mediar entre los ojos y la mente, comprendiendo lo visto y marcando el ritmo de las paradas. 

Con la llegada del turismo de masas, nació el guía turístico. Una suerte de compañero de viaje cuya principal misión, más allá de una fuente de conocimientos locales, siempre fue la de ejercer de anfitrión, acogiendo al visitante en su casa, haciéndole sentir bienvenido y convirtiendo una visita turística en un paseo con amigos. El conocimiento se le presupone a un guía turístico, dónde radica la diferencia entre unos y otros es en esa capacidad para hacer sentir al viajero que ese día, esa visita, es especial, distinta y única, traspasando la frontera de la ruta repetida. 

Todos los que durante un tiempo nos hemos dedicado a patear la ciudad, explicar sus rincones, desvelar sus secretos y mezclar los libros de historia con el chascarrillo popular, hemos admirado y aprendido de Víctor Huerta, de su capacidad para ejercer de anfitrión y de convertir cada visita en única. Basta mirar las caras de cada una de las personas que lo acompañan en sus visitas para darse cuenta de esa relación especial y única que establece con cada una de ellas. Puedes ser el que más historia, arte, antropología y gastronomía conquense sepas pero sin pasión por lo que haces y sin amor por tu tierra, el resto es solo Wikipedia. 

No es fácil ejercer durante más de treinta y cinco años de guía turístico y conseguir transmitir cada día esa pasión. Puedo certificar que se hace duro cuando cada mañana te enfrentas a una jornada de trabajo en la que tendrás que repetir durante ocho horas las mismas letanías. Así un día y otro día. Por eso, cada vez que me cruzo con Víctor por el Casco Antiguo, me gusta pararme cerca y escuchar disimuladamente, redescubrir los rincones a través de la pasión que pone en su trabajo. A veces, incluso me entra la nostalgia de otros tiempos y le digo, medio en broma, medio en serio, que un día me tiene que dejar que lo acompañe en una de sus visitas y me deje explicar alguna cosa. 

Ahora publica "Cuenca y su Catedral", donde convierte en texto ese guión secreto con el que ha recorrido tantos años la ciudad. Leyendo esta guía turística voy recorriendo a su paso cada uno de los rincones de la ciudad, escuchando su voz mezclada con los sonidos de coches subiendo por la calle San Pedro, con el sonido de Mangana, con el bullicio de las terrazas, con la guitarra de Manolo y con los buenos días a Antonio Pérez cuando regresaba a casa con el periódico bajo el brazo. La ciudad despertaba y comenzaba un nuevo día de trabajo, en el que la aspiración máxima era conseguir que nuestro grupo no tuviera envidia cuando se cruzaba con el de Víctor. Gracias maestro.

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