Cs y el nacionalismo

"El terrorismo ha acabado pero el nacionalismo sigue ahí”. Son palabras pronunciadas por Albert Rivera, el líder de Ciudadanos, tras el escrache que sufrió en una localidad gipuzkoana de la que precisamente en este editorial destacábamos hace unos días el esfuerzo realizado por su alcalde, de EH Bildu, en reconocer a todas las víctimas del terrorismo por el dolor sufrido.

Por supuesto que el ataque a Rivera, lo mismo que los que días antes sufrieron miembros del PP y Vox en otras localidades vascas y catalanas, no tiene justificación. Pero una cosa es condenar los alborotos callejeros (o kale borroka, como tanto le gusta decir a Pablo Casado) y otra utilizar a los violentos para deslegitimar a quienes, pacíficamente y sin convocar referéndums ilegales, defienden derechos para su territorio e, incluso, la independencia. El nacionalismo, que según una de las acepciones de la Real Academia de la Lengua (RAE) es el “sentimiento fervoroso de pertenencia a una nación”, nos puede resultar indiferente, gustar o disgustar, parecernos insolidario y egoísta. Pero Rivera, al señalar que el terrorismo ha acabado pero el nacionalismo no, da a entender que aboga por la erradicación de este último, algo que, además de utópico, atenta contra las libertades individuales y colectivas.

“Si la Ertzaintza no hace su trabajo, ocurre una desgracia”, dijo tambíen el líder de Cs. Pero el caso es que la policía autónoma vasca estaba allí y funcionó, prueba de que las competencias de las autonomías, tan cuestionadas por Cs y por Vox, también funcionan en esta y otras materias. Una recentralización sí que sería un peligro que solo traería más confrontación.

Por último, Rivera se queda corto al arremeter contra un único tipo de nacionalismo, el periférico, pues obvia que también puede existir otro central. Y que el entendimiento y la convivencia entre españoles no se va conseguir agitando una única bandera, sino valorando las características, comunes y específicas, de nuestras distintas comunidades autónomas; apreciando, en fin, nuestra diversidad lingüística y cultural, nuestra riqueza.