Patricia Cazorla: "Aquí a veces tiramos la toalla pero somos unos privilegiados"
26/03/2017 - Gorka Díez
La crisis disparó la desigualdad en nuestro país, al afectar sobre todo al 20 por ciento más pobre de la población, cuya renta cayó en picado. Pero la desigualdad existe, también, en el ámbito internacional. Y son muchos los países donde ni siquiera hay clases sociales porque la gran mayoría de sus ciudadanos son, directamente, pobres. Es algo en lo que Patricia Cazorla (Las Palmas de Gran Canaria, 1971) lleva años haciendo hincapié, los últimos trece al frente del área de Cooperación Internacional de Cáritas Diocesana de Cuenca, desde donde a lo largo de todo este tiempo ha echado una mano a gente de países como el Congo Brazzaville, Palestina, Tánger, Bolivia, Perú o Benín, un trabajo que el Colegio Oficial de Trabajo Social de Castilla-La Mancha reconoce con el Premio del Trabajo Social de Castilla-La Mancha 2017 (categoría de Buenas Prácticas Profesionales) que Cazorla recibía este viernes en Albacete.
“El premio, para mí, es que con este reconocimiento se hable de cooperación internacional y pasemos de un discurso local a un discurso global. Porque, aunque lo cercano nos debe preocupar, lo que pasa en cualquier parte del mundo también nos afecta, y creo que tenemos que tener una perspectiva más amplia”, apunta.
Además de a su trabajo, considera el premio un reconocimiento “al equipo de cooperación, en el que hay 16 voluntarios, algunos con más de diez años trabajando codo con codo en el terreno”. Y, también, una reivindicación del papel de los trabajadores sociales en los países en vías de desarrollo o en situación de conflicto. “Parece que cuando hablamos de cooperación muchos nos vamos a la rama sanitaria y pensamos en médicos y en enfermeros, pero el trabajo social es una parte fundamental en cualquier intervención de ayuda humanitaria, porque aporta la intervención directa en la población que padece un determinado conflicto o catástrofe e interviene entrevistando, derivando a los recursos pertinentes, gestionando los proyectos”, explica esta graduada en Trabajo Social y máster en Cooperación Internacional que reconoce la dureza de una profesión que, considera, solo se puede entender desde la vocación. “No tiene mucho sentido trabajar por la remuneración económica, porque aquí no te vas a hacer rico”, señala. Aunque, pese a las dificultades que conlleva, tiene claro que también es una tarea que engancha. “Una vez que te embarcas, no sales. Yo creo que tiene algo de magia, y que además es una profesión que te aporta muchas vivencias que te llevas a tu vida personal”.
TRABAJO INTERNACIONAL
De sus visitas a tantos y tantos países necesitados de ayuda (la última de ellas, el pasado verano, a Benín, en el oeste de África, “uno de los países más pobres del mundo”) Cazorla considera que, junto a sus penurias, a todos les une “un mensaje de esperanza, de creer de verdad que las cosas se pueden hacer de otra manera pese a estar padeciendo los efectos del cambio climático, los conflictos armados, el hambre... Hay por ejemplo un proverbio en Benín que dice: ‘Mientras esté, se pueden cambiar las cosas’. Porque ellos, aunque están bastante mal, creen que las cosas se pueden cambiar”.
Esto es algo que contrasta con el mayor escepticismo que aprecia en una región como Castilla-La Mancha. “Aquí, desde el trabajo social y la cooperación muchas veces tiramos la toalla y lanzamos un mensaje de desesperanza, de decir que esto está fatal, que la crisis, que los recortes... Pero, en el fondo, teniendo en cuenta que aproximadamente el 10 por ciento de la población no tiene acceso al agua potable, nosotros vivimos en un vagón de primera: somos unos privilegiados”.
Lamenta, asimismo, que apenas llegue información a España sobre la situación de pobreza y conflicto que padecen algunos países, principalmente de África y Centroamérica. Cita, por ejemplo, a la organización terrorista Boko Haram, activa en países como Nigeria o Camerún y que apoya abiertamente el terrorismo contra la población civil en la persecución de sus objetivos político-religiosos. “Parece que, hasta que no pase algo gordo, no existe”, cuenta la también portavoz de la Plataforma ONGD de Cuenca. “Y las noticias, cuando aparecen, van como flashes que después se olvidan”, añade.
Finalmente, con 18 años como residente en Cuenca, no duda en lanzar halagos hacia la capital conquense y la provincia. “Cuenca me parece una ciudad preciosa, y junto con la provincia tiene unas potencialidades enormes, con una gran diversidad y riqueza natural. Pero creo que a veces no nos lo creemos o no somos conscientes de ello, lo que nos hace pasar un poco desapercibidos. Hace falta creernos que tenemos una tierra increíble”.
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