El arquitecto Lampérez dio a conocer la Catedral de Cuenca en octubre de 1900
Recientemente la Catedral de Cuenca vivió jornadas intensas de actos con motico del Día de la Catedral, con una asistencia de 2.386 visitantes, según se publicó en el muro de Facebok de la basílica de Cuenca. No cabe duda de que el primer templo conquense es el lugar más visitado de la ciudad, como bien se pudo demostrar en 2016 con la Exposición “La Poética de la Libertad”, para la cual fue renovada y mejorada su iluminación, avalada por el fulgor de sus vidrieras contemporáneas.
Hay que tener en cuenta, que la Catedral de Cuenca era un monumento casi desconocido a finales del siglo XIX y el hundimiento de la Torre del Giraldo, el 13 de abril de 1902, sirvió circunstancialmente, para que se diese a conocer a través de la prensa de la época y para que además fuese declarada Monumento Nacional, cuatro meses después de la catástrofe.
¡CATEDRAL A LA VISTA!
De la Catedral de Cuenca, a través de los textos y grabados, se ha tratado en numerosas publicaciones y documentos, de los dos siglos anteriores, aunque cabe destacar que quizá el primer gran artículo publicado sobre nuestra Catedral vio la luz en la prestigiosa revista semanal “La Ilustración Española y Americana”, del 8 de octubre de 1900. La Ilustración comenzó a editarse en 1869 hasta 1921 y fue un prestigioso periódico de “ciencias, artes, literatura, industria y conocimientos útiles”.
Se trataba del número 37, que constaba de 16 páginas, cuatro de ellas dedicadas a Cuenca. El artículo titulado “La Catedral de Cuenca” lleva la firma del arquitecto Vicente Lampérez y Romea que sería precisamente, tras el hundimiento de la Torre en 1902, quien hiciese el proyecto y dirigiese las obras de reconstrucción a partir del 28 de septiembre de 1910, fecha en la que se colocó la primera piedra de la fachada que iba a restaurar, o mejor dicho a reconstruir, haciendo su propia portada.
El texto de Vicente Lampérez, en esta revista tan importante, comenzaba así: “Formando digno cortejo a las grandes catedrales de Santiago, León, Burgos, Toledo y Sevilla, hay en España un cierto número de iglesias mayores, cuya importancia en la arqueología nacional corre pareja con el olvido en que yacen. Basta citar un ejemplo: la Catedral de Cuenca. ¿Quién se ha ocupado de ella con el interés que merece tal monumento, verdadero museo de todas las artes del diseño?”
Lampérez citaba a escritores que se habían ocupado en distintas publicaciones: “Cierto es que Ponz, en su conocido libro le dedicó extensas páginas (se refiere Lampérez a Antonio Ponz, que trataba de Cuenca en el Tomo III de su Viaje de España, de 1774); apunta también Lampérez que Quadrado la encomia con los “Recuerdos y bellezas de Cuenca”, y que Justi y algún otro extranjero, la mencionan en sus estudios sobre la pintura y la esculturas nacionales”.
Tanto impactó a Vicente Lampérez la primera visión de la Catedral, cuya torre altiva dominando la Hoz se divisaba desde Cabrejas, que escribía: “Sólo como casos excepcionales puede citarse algún escrito que trate de la iglesia de Cuenca, y aún ese más se refiere a los agregados que al conjunto del edificio. Así es que su vista produce en el verdadero amante de las bellezas arquitectónicas algo así como el efecto causado en los acompañantes de Colón por las playas recién descubiertas del Nuevo Mundo”.
Esta era su calificación artística: “Es la iglesia mayor de Cuenca una interesante concepción del arte ojival, pero no es un ejemplar más dentro del estilo, sino un tipo especialísimo en él; y si no tiene la grandiosidad de la catedrales citadas (se refiere a Burgos, Toledo, Santiago, León y Sevilla) no las cede en bellezas artísticas e importancia arqueológica. Pero menos feliz que aquellas por la situación excéntrica de la ciudad, espera resignada la hora de las alabanzas, merecidas con más títulos que otros monumentos españoles de todos conocidos y por muchos estudiados”.
Tras hacer un amplio recorrido literario sobre el estudio y estilo arquitectónico de la Catedral, con las influencias artísticas de varios siglos, Lampérez concluía su extenso y documentado artículo: “Mas si cansado, que no harto, de tanto admirar, busca el viajero descanso en la contemplación de la Naturaleza, descienda a la Hoz del Huécar, y todavía desde allí le ofrecerá la Catedral de Cuenca perspectivas deleitables, apareciéndosele enriscada a enorme altura sobre ingentes peñascos, cual si la tierra alzase hacia el trono de Dios tantas obras de arte en su amor inspiradas”.
Una fototografía vertical de la fachada, realizada por Herraiz, se publicó en la prensa madrileña en 1895 y en el amplio pie de foto de veinte líneas se viene a decir que “el edificio más notable e importante de Cuenca es la Catedral, que fue fundada en 1178 por Alfonso VIII y es de sencillo y severo estilo gótico. Destácase casi a los dos tercios de la altura del cerro en que la ciudad se asienta, y su fachada, que corresponde a la plaza, fue restaurada con poco gusto en 1664. Resaltaban, además de la Torre, dos grandes balcones, dos linternas octogonales y una estatua de San Julián y detrás la torre del Ángel. Tenía seis campanas y dos relojes, uno en el exterior y otro en el interior”.
Desde la publicación del texto en “La Ilustración Española y Americana”, hasta la fecha del hundimiento de la Torre sólo pasó año y medio; es decir, que el mismo Lampérez, a la vista del estado del atrevido edificio no barruntó ni pensó ni mucho menos que podría hundirse, aunque más adelante observaremos en otro artículo suyo algunos cambios en su manera de describir la Catedral, ya con los andamios puestos. En el trabajo del 8 de octubre de 1900, además del texto de Lampérez, que ocupa dos páginas, se insertan tres hermosas fotografías del citado fotógrafo Herraiz. Dos de ellas ocupan una página, al Arco de Entrada al Claustro, conocido como Arco de Jamete, con todo su esplendor, y una vista interior desde la Girola. La tercera foto, en otra página, es de la famosa Puerta de la Sala Capitular.
Una vez que se produjo el hundimiento de la Torre las gestiones no fueron tan rápidas para restaurar los daños causados, porque difícilmente se iba a levantar de nuevo. Lo único que fue rápido fue el trabajo de redacción del informe de declarar la Catedral Monumento Nacional con el fin de recabar las obligadas ayudas del Estado. Se dijo en aquel tiempo, y parece que todos coincidieron en ello, que al permitir el Ayuntamiento hundir el puente de piedra de San Pablo con 16 barrenos, los estruendos de las explosiones hicieron mella en los edificios cercanos y sobre todo “en la hermosa Torre que se alzaba airosa sobre los calados y ojivas de la Basílica conquense y se ha derruido; aquella esbelta aguja, que por tantas centurias ha desafiado al tiempo, semejando al rendido gladiador, se ha desplomado cansada de tanto luchar contra todos los elementos. Aquel coloso de piedra ya por los suelos y el Giraldo, que ya parecía añeja institución del pueblo conquense, ha desaparecido para siempre”.

EL CAMBIO DE LA FACHADA
No sólo la Torre del Giraldo desaparecería, sino la propia fachada de la Catedral cambiaba su aspecto de la mano precisamente de Lampérez. Cuando había pasado un año y nueve meses del hundimiento, y se había desescombrado la plaza, el periódico “ABC” publicó en su página tercera una fotografía anterior con niños sentados delante de la balaustrada, en la que se puede leer en el pie de foto: “El arquitecto provincial y diocesano de Cuenca ha denunciado la ruina inminente de la fachada principal de la hermosa catedral conquense. Precisamente donde el peligro de ruina es mayor es en la parte más artística. De desear y de esperar es que los Poderes públicos acudan con rápido auxilio a evitar la pérdida de un hermoso monumento, y tal vez una dolorosa catástrofe!”. Ya no se pensaba en levantar la torre, sino que se temía que se cayese la deteriorada fachada, aunque hasta ocho años después no se puso la primera piedra, en concreto el 28 de septiembre de 1910.
Nueve años después, el 25 de mayo de 1919, el citado periódico “ABC” dedicaba cuatro páginas, con profusión de fotografías, con la firma de Vicente Lampérez y Romea, bajo el título “La Catedral de Cuenca”, que por cierto fue reproducido en el año 1935 por el periódico “Voz Regional”, en un número extraordinario dedicado a Cuenca, sin citar la fuente. Lampérez comenzaba el texto de esta guisa:
“Imagine el amable lector un enorme paquidermo echado en la campiña; la grupa reposa entre la corriente de dos ríos que lamen sus flancos; el cuerpo se marca luego, elevándose rápidamente; la cabezota se yergue al final, olfateando el aire. Tal semeja la topografía de Cuenca, enorme peñasco desprendido de la sierra, que entre el manso curso del Júcar y del Huécar, que allí se juntan se desvanece en la llanura alcarreña.
Desde ella trepa por el espinazo del monstruo, apoyándose en sus vértebras, una calle sinuosa, bordeada de casas que cuelgan materialmente de sus lomos, faltas de espacio para explayarse, y en lo alto, un desmantelado castillo nos dice la razón de ser de aquella ciudad, puesto fronterizo, siempre codiciado y alternativamente poseído por moros y cristianos”.
“En una exigua explanada que a fuerza de desmontes y de rellenos formóse artificialmente casi en lo más alto del peñascal, álzase el monumento, –escribe Lampérez más adelante–. Visto por fuera, es un amasijo de partes incongruentes, mal cosidas y peor conservadas; el enorme andamio de la fachada, ahora en total reconstrucción; el claustro, de un exterior tosquísimo; capillas amorfas; la trágica rasgadura del muro, donde se enlaza con la catedral la hundida torre; locales vulgares, paredes renegridas…
Tan descompuesto estuche guarda una joya de subido valor. Su constitución es la de tres naves, otra de crucero, extensa capilla mayor con doble girola que la circunda…”.
Más adelante señala Lampérez que “asusta la enormidad de la obra: falto de terreno donde implantarla, hubo de montar las piedras sobre los peñascos, al borde mismo del acantilado, construyendo muros y terraplenes. Cierto que con ello la Catedral de Cuenca adquirió inusitada magnitud y dignidad, no obstante lo decadente del estilo gótico en que, por ley de la época, fue concebida”.
“La conquense, en sus partes más importantes y características, es un ejemplar aparte”. Recalca incluso que, entonces, la Catedral de Cuenca figura entre los edificios de mayor categoría de España, pues abarca en sus fábricas todo el desarrollo de la arquitectura ojival, y le da el título de ejemplar único de la escuela anglonormanda. Termina diciendo que la singularidad de la estructura y la sencillez verdaderamente virginal de sus formas le dan valor singular, sin antecedente ni consecuente en nuestra arquitectura.
Vicente Lampérez murió por neumonía con 61 años, en enero de 1923, y dejó por tanto un gran trabajo por hacer en la Catedral. Se decía en la prensa conquense que estaba muy encariñado con Cuenca, restaurando la Catedral y dando conferencias sobre la misma en Madrid y Cuenca. El destacado arquitecto madrileño Modesto López Otero se encargó de seguir la obra durante la República, pero no pudo terminarla con el proyecto de Lampérez, como tampoco lo han ido haciendo los diferentes arquitectos, sobre todo respecto al proyecto de las dos torres.
Un año después de la muerte de Lampérez, el escritor conquense Anselmo Sanz Serrano publicaba en la prensa madrileña un artículo titulado “El Tesoro artístico de la Catedral de Cuenca”, en el que detallaba que “este templo, de estilo francés en sus comienzos, pertenece al gótico primitivo en sus detalles, con algunos resabios del bizantinismo de siglos posteriores”.
En la prensa local hubo algunas críticas y distintas opiniones sobre la restauración y reconstrucción de la fachada catedralicia. Sería una vez más el cronista local y experto en arte, Juan Giménez de Aguilar, quien saliese a la palestra tras el comienzo de las obras para decir que “también en estos tiempos de agitación y lucha en que la fe agonizante se revuelve contra el frío escepticismo que parece enseñorearse del mundo, vuelve el Arte a derramar sus maravillas sobre una iglesia conquense. Una fachada de gusto exquisito, inspirada en la airosa y poética arquitectura ojival sustituirá en breve la pesada fábrica del XVII dirigida por Arroyo y Arriaga”.
Apuntaba Jiménez de Aguilar que “un arquitecto que como aquel Jamete de envidiable fama, une a su pericia en la ciencia de la construcción, las calidades de artista delicado y arqueólogo cultísimo, llevará a cabo las obras para las cuales un digno sucesor de Ramírez de Fuenleal ha puesto la primera piedra. Y para final, cuatro palabras que no creo ociosas. Aún no había tenido el honor de conocer al señor Lampérez, ni tenía noticia de sus notables trabajos sobre esta catedral que tanto me deleitan, cuando inconscientemente me recreaba en la contemplación de aquel monumento”.
En la edición de 1886 de “España, sus monumentos y Artes, su Naturaleza e Historia”, de José María Quadrado y Vicente de la Fuente, con dibujos a pluma de Pascó y grabados de Gómez Polo, referida a Castilla la Nueva, aparece un grabado del interior de la catedral con el arco de Jamete de fondo. La parte dedicada a Cuenca va desde la página 228 a la 305, aunque hay otro capítulo dedicado a la provincia desde la página 306 hasta la 396. Respecto a la Catedral dice Quadrado, como lo hizo en 1853, que “único monumento de Cuenca, campea la catedral en la falda del cerro casi a dos tercios de su altura, en una plaza costanera a la cual tres arcos dan entrada por bajo de las casas consistoriales. A primera vista dice que el monumento inspira cierta inquietud…”
La inquietud que se ofrecía en el video mapping de la “Poética de la Libertad” en la fachada de la Catedral, en octubre de 2016, que puso de nuevo en gran valor este Monumento que es orgullo de los conquenses y una sorpresa para los visitantes, que incluso la suelen comparar, salvando las distancias, con la de Notre Dam, igualmente restaurada tras un voraz incendio. La Catedral de las luces, con el fulgor de las vidrieras de Gutavo Torner, Gerardo Rueda, Bonifacio Alfonso Gómez y Henri Dechanet, desde 1995. El arte de todos los tiempos convive en nuestra Catedral. También es única.