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Yo también puedo trabajar

Las personas con problemas de salud mental tienen una de las tasas más bajas de empleo y los afortunados que trabajan lo hacen sobre todo en entornos protegidos y con contratos temporales
Yo también puedo trabajar
Fotos: Saúl García
21/10/2017 - N.Lozano

Las personas con problemas de salud mental constituyen en nuestro país el segundo grupo de personas con discapacidad reconocida en edad de trabajar, pero su tasa de empleo es la segunda más baja entre las discapacidades, con un 15,9%. Son datos que aporta la Asociación Vivir de Cuenca con motivo del Día Mundial de la Salud Mental, que se celebraba este 10 de octubre con un lema que quiere ser una llamada de atención sobre la situación laboral de este colectivo: “Trabajar sin máscaras. Emplear sin barreras”.

La verdad es que los obstáculos siguen existiendo y los casos afortunados que consiguen un trabajo lo hacen con empleos de baja cualificación, precarios o temporales y en entornos protegidos.

Los puestos no están adaptados y existen también grandes diferencias salariales, llegando a percibir entre un 15 y un 20 por ciento menos.

Ante este panorama, la Asociación recuerda que el derecho a acceder y mantener una actividad laboral está avalado por abundante normativa, políticas públicas y recomendaciones internacionales y reivindica medidas que favorezcan puestos de trabajo en un entorno normalizado, a través de incentivos a la contratación, o la creación de cooperativas sociales. Pero, sobre todo, animan a los empresarios a vencer los tabús y prejuicios que existen sobre la enfermedad mental y a que den el paso para lograr una sociedad más justa e inclusiva.

Laura Marín, directora de la Residencia Comunitaria que gestiona la Fundación Socio-Sanitaria de Castilla-la Mancha en Cuenca indica que las empresas conquenses están avanzando poco a poco en este sentido, “pero la situación laboral es muy complicada y se ha agudizado aún más con la crisis”.

Paradójicamente son las pequeñas y medianas empresas las que más están abriendo las puertas a las personas con problemas de salud mental. No obstante, la cruda realidad, dice, es que la inserción va siempre de la mano de planes de empleo o de los Centros Especiales de Empleo. “Si hay algún caso de empleo normalizado ha sido porque ya lo tenía antes de que se manifestase la enfermedad y al estar mejor se ha incorporado a posteriori”.

La situación laboral de este colectivo es muy complicada, más aún después de la crisis. Paradójicamente las pymes son las que más pasos están dando hacia la normalización

En la Residencia tratan de incorporar trabajadores a los diferentes servicios que se prestan y optimizar así estos puestos. “Si no fuera así, no tendrían cabida en el mercado laboral”. En estos momentos, tienen dos personas en el comedor y dos en lavandería, a lo que se suman las que se contratan a través de empresas externas para la limpieza, jardinería o mantenimiento. La experiencia con todos ellos es positiva e incluso se observa mejoría en casos que estaban muy mal.

“Lo que tienen que tener claro las empresas es que se trata de personas estabilizadas. Al igual que a un diábetico se le puede descompensar en un momento dado el azúcar, con ellos ocurre lo mismo. Siempre está el mito de que pueden surgir problemas, pero una crisis no se da de un día para otro, y cuando se conoce a la persona se sabe cómo se encuentra”, aclara Marín.

En este sentido, defiende que las personas que padecen una enfermedad mental son muy capaces de desempeñar un trabajo. “Igual que otro ciudadano, tienen habilidades, capacidades y destrezas. Frente a déficits cognitivos como la falta de atención o concentración, son constantes y muy conscientes de las dificultades que tienen. Cuando se tienen que dar de baja lo hacen pasándolo fatal, porque no saben cuando van a volver a tener una oportunidad”.

Precisamente, los profesionales luchan a diario por quitar a los enfermos la losa que ellos mismos se ponen, el autoestigma.

“Es importante que la sociedad no mitifique a este colectivo, yo llevo muchos años trabajando con ellos y puedo decir que me he encontrado muy poca mala gente. Sí he percibido gente con una sensibilidad especial a la que le cuesta hacer frente a determinadas situaciones. Pero deberíamos ponernos en su lugar, con una medicación muy fuerte y mucha, incapacitante, y ellos pelean y muestran muchas agallas. Son valientes y tiran para delante”, subraya la directora.

En su opinión, lo que las empresas necesitan es que se les tranquilice y que sientan que hay alguien detrás para los momentos en que se desestabilicen. “Pero estos miedos, que los hay, se pierden cuando se conoce a la persona y no he visto trabajadores más agradecidos”.

Yo también puedo trabajar

SANTI Y CÉSAR

Lo son. Santiago Martínez, Santi, tiene 62 años y lleva 8 trabajando en la lavandería de la Residencia, con un contrato de 10 horas semanales. Durante la conversación que mantenemos solo tiene palabras de agradecimiento. Para sus monitores, para la Asociación Vivir, para la directora y el personal del Centro. “Gracias a todos ellos he conseguido una vida normal”, afirma.

Hace ya más de 20 años que le diagnosticaron esquizofrenia paranoide crónica, una enfermedad compleja, como le dijeron los médicos. Él es plenamente consciente de lo que le ocurrió y de que es fundamental seguir el tratamiento para estar bien. Hoy su filosofía es mirar hacia delante. “No hay que acordarse del pasado, hay que vivir el día a día”. En la lavandería se encarga de doblar ropa, echarla a las lavadoras, planchar, arreglos o etiquetaje.

“Puedo decir que en estos años no he faltado ni un solo día al trabajo y los jefes están contentos. Además, es una manera de tener la mente entretenida, me viene muy bien. Por otra parte, y con mi edad, yo ya no estaría en ningún lado si no fuera por esta oportunidad” y añade “tenemos el mismo derecho que cualquier otro a trabajar y respetando las pautas de los psiquiatras se puede rendir perfectamente, yo soy el ejemplo”.

César Hernández, por su parte, tiene contrato a jornada completa desde el pasado mes de julio en jardinería gracias a un plan de empleo. A sus 40 años, tuvo que dejar la brigada paracaidista hace dos décadas debido a su enfermedad, un trastorno esquizofrénico. Dice que se le vino el mundo encima pero que lo más duro para él ha sido la medicación, “al principio eres reacio a tomártelo, son muchos medicamentos, psiquiatras, médicos... pero al final te das cuenta que tienes que vivir con ello”.

Su empleo actual le satisface y está siendo muy positivo. “Ha mejorado mi salud, me relaja y tengo unos horarios regularizados”.

Desde las 7:30 a las 15 horas desarrolla su jornada laboral arreglando los jardines de la Residencia Comunitaria, mientras que las tardes las dedica a hacer las tareas en el piso que comparte con Santi y otros compañeros. Desde el año 2003 asiste también a la Asociación Vivir, donde participa en diferentes talleres de habilidades sociales o autocontrol.

César sueña con poder retomar algún día su trabajo como electricista, ya que cursó Formación Profesional y tiene el carnet de instalador. Mientras tanto, solo reclama su lugar en este complicado mercado laboral y pide “que se quiten de la mente la imagen de que somos gente violenta porque eso no es así”.

En ocho años no he faltado ni un solo día a mi trabajo y los jefes están muy contentos

“NECESITAMOS VIVIR LA VIDA, SOMOS HUMANOS”

Cada mañana a las 7:30 Herminio Sáez comienza su faena en la lavandería de la Residencia Comunitaria. Es personal de apoyo y está haciendo una sustitución, pero en poco tiempo ha controlado por completo su rutina laboral. Recoger la ropa, poner lavadoras, doblarla a última hora, empaquetarla y subirla a las instalaciones.

Su contratación ha sido posible gracias a los Centros Especiales de Empleo, donde las personas con problemas de salud mental han encontrado un espacio para su integración laboral. De hecho, representan el 56% del total de trabajadores de estos centros. No obstante, la normativa que rige su funcionamiento se basa en una filosofía propia del modelo médico y la perspectiva existencialista, en lugar de inspirarse en el modelo social.

Es por ello que desde la Asociación Pro Salud Mental Vivir piden que la regulación de estos centros se ajuste al modelo social y de los derechos humanos que dictamina la Convención ONU sobre los derechos de las personas con discapacidad y que sigan trabajando para cumplir el objetivo para el que fueron diseñados: servir de plataforma para acceder al empleo ordinario.

Yo también puedo trabajar

“Mi trabajo está muy bien y nosotros podemos hacerlo como una persona normal y corriente. Aparte de estar entretenido, estoy haciendo algo de provecho”, asegura Herminio. Para este valenciano de 41 años el tener un empleo es fundamental para estar bien pero también para favorecer su economía. Anima a los enfermos que quieran trabajar a que lo hagan si tienen ganas. “Creo que todos somos iguales, somos humanos, y necesitamos vivir la vida como nos pertenece”.

En su caso, lo más difícil de superar, sobre todo en su adolescencia, han sido los efectos secundarios causados por la medicación. Aunque los pacientes han visto cómo su calidad de vida ha aumentado considerablemente, no es un camino de rosas y lo sabe muy bien Herminio.

El uso de antipsicóticos producen los llamados síntomas extrapiramidales, que se caracterizan por afectar al movimiento del paciente, y que él ha sufrido en numerosas ocasiones. Hoy, afortunadamente está estable.

Sáez deja por último sobre la mesa una reivindicación, que se tome más en serio esta enfermedad. “Vería justo que a los afectados que no llegan al 65% de discapacidad reconocida también se les dé alguna ayuda. Yo no soy político, pero creo que es lo que se debería conseguir”.