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Cuadernos de Cuenca

Rotundas rotondas

Un día no muy lejano fueron cruce de caminos. Hoy son islas en las que se gira contra el tiempo
Rotundas rotondas
16/10/2019 - José An. Montero

Rotondas las llamamos. Rotundas, redondas y ruedas. Del latín “rotundus”. Palabra traída desde el italiano, idioma que la usó para llamar popularmente a la villa más conocida de Palladio, Villa Capra, la fusión perfecta de naturaleza y arquitectura. Aires de grandeza de la modesta glorieta, eje mínimo, intersección puntual. Rotondas, invento sesentero y yeyé, de los tiempos en que cada uno soñaba con su propio seiscientos y hubo que inventar una manera ágil de poder volver a pasar una y otra vez por la misma Carretería.

Las rotondas fueron creciendo y alejándose cada vez más del centro de la ciudad. Allí se convirtieron en adultas y crearon, de la mano de la opulencia, un género propio de escultura enferma de gigantismo y corrupción. Las rotondas también se multiplicaron y vistas desde el cielo satelital forman archipiélagos de islas verdes sobre el mar de asfalto en el que se han convertido las ciudades.

Lugares transitorios, de paso, intercambiables, carentes de identidad propia. Espacios a los que tratamos por todos los medios de dar nombre y personalidad, para no enfrentarnos al horror vacui de un simple círculo pintando en el asfalto. Pues no hay lugar que nos genere más ansiedad civilizatoria que un círculo blanco sin nada en su interior. Hay que urbanizarlos para convertirlos en rotondas. Sembrarlas de árboles, flores, esculturas o fuentes, traer aviones, piedras, vagones del tren, bloques de granito, placas de homenaje o poemas imposibles de leer en la distancia. Cualquier cosa que tape su desnudez. Hasta convertir lo bizarro en sinónimo de rotonda.

Un día no muy lejano fueron cruce de caminos. Hoy son islas en las que se gira contra el tiempo, territorios no pisados, alejados del camino y protegidos por seres muy poco mitológicos, con huesos de acero y piel de fibra de vidrio. Seres sobre ruedas que tratan de espantarnos con sus flatulencias de dióxido de carbono, óxidos de nitrógeno, monóxido de carbono, hidrocarburos no quemados, anhídrido sulfuroso y compuestos de plomo.

Desagradables sonidos de claxon anuncian crujidos y sonidos de cristales pues, si algo no somos capaces de aprender los humanos, es cómo girar alrededor de una rotonda en son de paz. Los que circulan cerca de ella siempre quieren salir primero, los que pasan más alejados del centro reclaman su derecho de paso. Hay también quien prefiere ignorar su circularidad y se obstinan en la línea recta, convirtiendo estos lugares en el maná de los talleres mecánicos.

Este es un proyecto realizado por los estudiantes de segundo curso de Educación Primaria de la Facultad de Educación de Cuenca (UCLM) al que puede sumarse cualquier persona interesada. Fotos de este artículo están capturadas de Google Maps. Se puede encontrar más material compartido en Instagram con #RotondasCC por Luis Fernández, Natalia Barbero, María José Lozano, Irene Resina, Álvaro Carrión y Cuadernos de Cuenca. Composición de Marta Feiner.