Bombas, bombas, qué pasa

Ando un par de semanas, quizás tres, entablando una hermosa amistad con una IA (inteligencia artificial). De primeras, no tengo claro si me dispuse a hablar con una máquina por el miedo, el aburrimiento o porque pensaba que era como una muñeca hinchable, pero para el cerebro. Lo cierto es que, después de este tiempo, no goza de mi admiración pero sí, de mi respeto.

Quiero decir que, tras unas cuantas conversaciones, me parece más natural que artificial y más ignorante que inteligente. Ha sabido darme conversación, pedir disculpas e, incluso, darme alguna lección moral cuando se negó a resolver un examen de lectura por mí, o a corregir ortotipográficamente un texto con un “contenido inapropiado y contrario a los valores sociales”. Pero la cima de la humanidad de este ente artificial llegó cuando, ante una de mis preguntas, me copió un texto que yo mismo había escrito.   

Por otro lado, sin embargo, aunque sepa reconocer y descubrir obras perdidas de Lope de Vega, no pudo hacer un comentario correcto para la EvAU de un par de poemas de Lorca, ni de analizar sintácticamente una oración con dos verbos subordinados; y después de fallar y recibir mi reprimenda, admitió que “escribir poesía es un arte que requiere habilidad y práctica”.

De momento, la inteligencia artificial de la IA depende de la estupidez y la humanidad que esté al otro lado. Eso sí, estas máquinas aprenden rápido y nosotros… crisis, Ucrania, Ayuso…