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Tarde para la ira: no hay perdón para Raúl Arévalo

Tarde para la ira: no hay perdón para Raúl Arévalo
17/09/2016 - Pepe Alfaro

El actor Raúl Arévalo (Móstoles, 1979) ha conseguido un rostro identificable para el gran público, especialmente gracias a su participación en algunas de las comedias más resultonas del cine español reciente, aunque también ha podido sobresalir en importantes producciones de corte dramático como La isla mínima. Sin ningún bagaje previo, ni corto ni perezoso ni largo, en la realización que le pudiera servir de tarjeta de presentación, ha conseguido levantar un proyecto diferenciado, escueto y personal que previsiblemente le augura un futuro esperanzado e inmediato tras las cámaras. Aunque en este país, donde la última palabra la tienen los despachos de producción de las televisiones, nunca se sabe.


Tarde para la ira comienza con un pasmoso, a la vez que angustioso, plano secuencia filmado sin sacar la cámara del interior del coche, emulando la composición del mítico atraco en El demonio de las armas (Joseph H. Lewis, 1950), aunque no creo que en este caso sea la falta de recursos propios de la serie B lo que incentiva la creatividad, más bien estamos ante un concienzudo trabajo de planificación y realización; el film de Arévalo continúa con unos breves capítulos para introducir al espectador en el contexto de la historia a través de los ambientes (el bar, la familia) y los personajes (Ana, Curro); cuando llegamos al meollo del relato (la ira del título) ya no hay tiempo para el sosiego, solo queda acompañar a los dos personajes interpretados por Antonio de la Torre (capaz de dar forma al propio diablo) y Luis Callejo (meritorio recién llegado al olimpo hispano), impensablemente esposados a un tozudo pasado, en su viaje hacia los infiernos de un alma atormentada de odio, ira y penitencia, todo servido en frío tras ocho años de expiación. En fin, no hay perdón para el novel guionista y director tras tantos años delante de la cámara.


A pesar de un planteamiento argumental no excesivamente novedoso, Tarde para la ira deviene en una propuesta sobresaliente gracias a una estructura narrativa basada en conseguir acento realista: la cámara se mueve en el plano subjetivo como un personaje creando y atrapando tonos ocres, apagados, astrosos, espesos…, centrándose en la médula del relato, desdeñando otros elementos tangenciales de ambientación social, mirando a los personajes con abundantes planos cortos al objeto de centrar el objetivo en las emociones reflejadas por un magnífico plantel de actores entre los que hay que destacar, además de la pareja protagonista, la para mí desconocida hasta la fecha Ruth Díaz (su papel le ha permitido ganar un premio en Venecia) y Manolo Soto, que ha pasado de un extremo a otro, desde el juez Pablo Ruz al tarambana marginal que en solo una tensa escena consigue dilatar las pupilas del personal presente en la sala, por lo que necesariamente debería estar nominado al Goya que premia al mejor actor de reparto. 


La única pega es que hoy en día el resultado de una película está ligado a los canales de promoción y distribución, lo que hace prever para este meritorio título unos resultados en taquilla muy por debajo de sus verdaderas posibilidades.