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'La sombra de la Ley', la mentira sobre el caso Savolta

Crítica de cine
'La sombra de la Ley', la mentira sobre el caso Savolta
29/10/2018 - Pepe Alfaro

Hace un siglo, España vivía en un estado de convulsión social y política con epicentro en la ciudad de Barcelona. Eduardo Mendoza radiografió acertadamente el estado de la cuestión en la novela “La verdad sobre el caso Savolta”, adaptada al cine por Antonio Drove hace cuatro décadas; un realista relato que mostraba las connivencias entre la oligarquía militar, policial, política y empresarial para combatir con métodos propios del gansterismo las reivindicaciones de una clase obrera sumida en la miseria de las jornadas interminables.

Es absolutamente legítimo que el cine aproveche determinados entornos históricos para recrear una serie de personajes ficticios que poco o nada tienen que ver con aquella realidad, opción que el realizador Dani de la Torre deja claro desde los primeros fotogramas del asalto al tren, con decenas de soldados abatidos a tiros; de hecho, el atraco al tren más sanguinario de la época (recreado en museos de cera y varias películas) se produjo al expreso de Andalucía donde fueron asesinados dos empleados de Correos. Es fácil que La sombra de la ley adquiera el récord de ser la producción española, fuera del género bélico, con más muertes violentas en la pantalla. La cámara ratifica de nuevo la apuesta por el espectáculo vacuo al entrar en uno de los escenarios centrales, la sala de fiestas Eden, mostrado en un sorprendente plano-secuencia que termina mareando al espectador sobre el rostro de la vedete cuando llega al escenario, artificio que el director vuelve a repetir en la pelea dentro del coche, con la cámara girando sobre el vehículo sin disposición para mostrar ni sugerir.

El problema no es que esta especie de “brigada del sombrero” constituida por los cuatro policías, corrompidos y torturadores, que protagonizan la historia parezcan sacados directamente de las calles de Chicago, en la imagen y en la forma; lo que falla en la película es la disgregación del relato en tramas que se ramifican de un tronco inexistente, buscando más el efecto que la coherencia narrativa. Lo único creíble es la frase sobrescrita en la pantalla que pone fin al espectáculo, pero eso sí que forma parte de la Historia de España. Bueno también se pueden reseñar los aspectos técnicos, la puesta en escena, la ambientación y la recreación de ambientes, es decir el envoltorio; lo demás es todo es vano.

Otro tanto se puede decir de los personajes, ya que el lacónico Aníbal Uriarte interpretado por Luis Tosar se parece más a un agente de acción, tipo James Bond para entendernos, que a un policía español de los años veinte, deambulando por los escenarios barceloneses de cartón-piedra o recreados digitalmente; tampoco resulta muy verosímil el tísico violento oculto tras el rostro de Ernesto Alterio. En resumen, en La sombra de la ley solo hay penumbra, y las esperanzas para que nuestro inmenso caudal histórico pudiera servir a la industria cinematográfica como escenario para ambientar y dar contenido a las películas queda una vez más desaprovechado. A la próxima.