Nanas para que las niñas se duerman

"Nanas para dormir niñas despiertas’. Es el bonito libro de nanas infantiles de Pedro C. Cerrillo con ilustraciones de Antonio Santos, segundo Premio Nacional de Ilustración 2004, una obra publicada a mediados del pasado año por la Universidad de Castilla-La Mancha y que, financiada por el Patronato Universitario Cardenal Gil de Albornoz, hace el número 106 de la colección Ediciones Institucionales.
En sus cerca de cincuenta páginas, en ‘Nanas para dormir niñas despiertas’ se dan cita una veintena de poemas, cada uno con su correspondiente ilustración, que sumergen al lector en el dulce mundo de la infancia y donde destaca la presencia de los abuelos, que son quienes se encargan de susurrarle nanas a la niña, en ocasiones de “sueño tardón”, tratando de conseguir que se adentre en la paz que produce dormir.
Pedro César Cerrillo, autor de varios libros infantiles y gran conocedor de nanas por su trabajo como investigador del cancionero popular infantil, decidió embarcarse en este viaje porque, por tradición, la nana es un género que interpreta una mujer y se dirige a un niño, y él quiso componer unos versos destinados a una niña, en homenaje a su nieta Ana, y de los que también fueran partícipes los abuelos, el hermano mayor de la niña y hasta un perro.
“Es un libro escrito ex profeso para mi nieta, que me planteé después de haber trabajado muchas nanas y comprobar que casi siempre es una mujer la que arrulla y acuna a un niño. Y es un libro que espero que les sirva a todos los abuelos”, cuenta. Cerrillo, que es doctor en Filología Hispánica, catedrático de Didáctica de la Lengua y la Literatura y director del Centro de Estudios de Promoción de la Lectura y Literatura Infantil (Cepli), reconoce que su obra está influenciada por el cancionero popular, y cita por ejemplo “sin ánimo de compararme a ellos, las bellísimas nanas que escribieron Federico García Lorca, Miguel Hernández o Luis Rosales”.
Algunas nanas de Lorca, cuenta, fueron musicadas por Manuel de Falla e interpretadas por La Argentinita, pero es un género que nació sin acompañamiento musical. “Lo que sí suelen llevar es un ritmo de tonada, un sonsonete”.
Bienvenida al mundo
“Bienvenida al mundo / niña bonita, / estrellas y lunas / serán tus madrinas”, arrancan los versos de ‘El primer arrullo’, con el que se abre el libro. El amor de los abuelos cobra protagonismo en títulos como ‘Nana de la niña preguntona’, donde la niña pregunta por qué le quieren tanto los dos y el abuelo responde: “Porque tú eres lo más lindo / que nunca ha visto el sol”.
También hay mensajes de ánimo en los momentos en los que el tiempo no acompaña y surge algún temor, como en la ‘Nana de la perra fiel’, dirigida a dormir a la niña y a su perra, a quienes los abuelos les dicen: “No penséis / en días de lluvia y viento, / sabed que el sol siempre sale, / también en días de invierno”.
Tal es el caso, también, de ‘Nana de la luna’, donde el abuelo trata de tranquilizar a su nieta. ‘Una gaviota perdida / y un ángel de la guarda / velan el sueño a la niña / y sus temores le calman”. “El motivo esencial de las nanas es incitar al niño a dormir, porque muchas veces llega la noche y le cuesta. Y también a veces ocurre que le acuden temores”, explica Cerrillo.
El humor también está muy presente en este libro, por ejemplo en ‘Nana del abuelo escritor’, cuyo protagonista intenta que la niña se duerma lo antes posible para ponerse a escribir. “Duérmete niña, / que tengo mucho que hacer: / escribirte estos versos / que, luego, te leeré”. En la ilustración, el abuelo aparece acunando al bebé y, al mismo tiempo, escribiendo unas líneas. Y, también, hay humor en ‘Nana del coco bueno’, donde, sorprendentemente, la niña le pide a su madre que venga el coco, porque “viene solo y me da pena”. Él protegerá sus sueños y le quitará las penas.
Existen muchos más versos que merecen la pena en este cuidado libro de amor a los niños, a la infancia, a esos primeros años de nuestra vida en la que todo está por descubrir, donde las niñas se dejan acunar o, para desespero de sus abuelos o padres, se niegan a conciliar el sueño, como si reclamaran su derecho a dormirse “cuando les dé la gana”.