Hay un lugar en Cuenca, de cuya ubicación no vamos a dar pistas, en el que un equipo de cinco mujeres y un hombre, expertos en restauración, se afanan desde hace más de 20 años en curar las heridas del extenso patrimonio cultural y artístico que habita en los pueblos de nuestra provincia. Ese lugar especial es el taller de Restauración de la Diputación Provincial de Cuenca, un espacio único en Castilla-La Mancha en el que se han restaurado con mucho mimo decenas de pinturas, esculturas, retablos y hasta pergaminos; desde el que se ha colaborado en arqueología con las excavaciones de Noheda; y por cuyas mesas de trabajo han pasado algunas piezas curiosas e insólitas.
“Que la Diputación de Cuenca tenga un taller de estas características, con un equipo cualificado y estable, nos permite trabajar con criterios de continuidad. Y ese es el gran valor de este taller, es decir, que en los próximos 15 o 20 años vamos a proteger el patrimonio de la provincia con una labor unificadora”, nos explica Ana Conesa, la jefa de este espacio de restauración “que no lo hay ni en Toledo” y que trabaja desde hace unos meses en un cuadro del siglo XVIII procedente de la Sacristía de la Basílica de Villanueva de la Jara, “uno de los municipios de la provincia, junto con Belmonte, con más obras artísticas”.
La pintura religiosa procedente de La Jara, un óleo sobre lienzo, preside una de las salas del taller con sus casi tres metros de alto por más de dos de ancho y aunque se desconoce el autor, los restauradores saben que la pieza, sí o sí, es posterior a 1714. “Es un cuadro de ánimas, muy comunes en la época. Para datar la obra solemos coger una pequeña muestra y la mandamos a analizar. En este caso el manto de la Virgen, que debería ser azul, es de color verde y eso ya nos da una pista interesante. Es un azul de Prusia que se inventa en 1714 y que con la humedad se ha vuelto de un color verde irreversible. La obra es indudablemente posterior a esa fecha”, nos cuenta Conesa, para quien la iconografía barroca y la preparación de los materiales tampoco deja lugar a dudas.
Cuando el cuadro llegó al taller de restauración tenía desgarros, picotazos con un objeto afilado, se veía la tela y había perdido policromía: “Lo que vemos de color blanco era hilo visto, es decir, desgarros o rotos que hemos tenido que coser y reforzar”.
La restauración de la pieza exige, en primer lugar, sustituir el bastidor, es decir, la estructura de madera donde está clavado el lienzo “y cambiamos el antiguo, que es fijo, por uno de cuñas; de esta manera cuando la tela pierde tensión sólo tienes que clavar más fuerte las cuñas”. Posteriormente, los técnicos separan el marco y hacen el tratamiento de soporte. “Limpiamos la trasera y reparamos tanto cortes, como desgarros y pérdidas, lo que a veces nos exige meter un trocito de lienzo. Una vez que el soporte es consistente, tensamos en el bastidor y es cuando empieza la tarea de eliminar barniz antiguo y quitar repintes. Cuando tenemos la policromía limpia rellenamos las pérdidas con una mezcla de yeso y cola orgánica, la dejamos a nivel y sobre ella vamos a aplicar el color”, nos explica la responsable del taller, quien asegura que toda restauración “tiene que ser reversible” por si en el futuro cambian los criterios técnicos “o no les gusta el material empleado”.
En el proceso de restauración de la obra, el color se aplica “con pequeñas rayitas” de tal forma que “de cerca identificas la parte nueva, pero de lejos no molesta”.
El trabajo de este equipo de profesionales técnicos es minucioso, milimétrico y paciente, una suerte de microcirugía con resultados verdaderamente sorprendentes: “Lo que hacemos es trabajar de forma disimulada respetando el original y la historia de la obra, aplicando materiales que sean reversibles y logrando que al ver el conjunto no te moleste la reintegración”.

El taller que dirige la restauradora Ana Conesa trabaja en la sanación de otros dos pacientes especiales y “contemporáneos”, dos obras del artista Manolo Millares que se van a exponer próximamente en la Fundación Antonio Pérez. “La restauración del arte moderno es algo más complicada porque el artista tiene más espontaneidad a la hora de trabajar. Es su inspiración lo que prima”, mientras que antiguamente todo estaba muy marcado en la iconografía y el autor “solo tenía espontaneidad para poder pintar demonios, pero nunca para pintar a Jesús, la Virgen o los Santos”.
Las heridas de estas obras de arte, juntos con las del retablo de San Pedro de la Colegiata de Belmonte y la pintura barroca de la Basílica de Villanueva de la Jara, estarán curadas en muy pocos meses y podrán regresar “con otra cara” a sus respectivos templos, museos y lugares de origen. Y todo ello gracias al trabajo, compromiso y profesionalidad de Ana Conesa, Enrique López, Mónica Garrido, Ana Pérez, Cristina Checa y Virginia Velasco, un equipo de técnicos volcado en proteger el patromonio cultural y artístico de los pueblos de Cuenca.
