Enrique Ruipérez se despide de la tapicería tras 56 años de profesión
El tiempo parece detenerse dentro del taller de Enrique Ruipérez Serrano (1952, Cuenca). El lugar conserva las huellas de los años que impregnan todos los rincones dejando claro el paso del tiempo. Las viejas tijeras, una larga ristra de patrones de cartón, la maquina de coser Refrey, los encargos apilados en las estanterías, decenas de conos de hilo o las curtidas manos del tapicero hablan de una vida dedicada al oficio.
Solo con subir el escalón de la calle y abrir la puerta de la tapicería de Enrique es como entrar a un mundo donde el trabajo se hace con mimo y dedicación, donde no existe más ruido que el de las tijeras, la radio o el compresor de las grapas. “La tapicería es mi vida”, dice al echar la vista atrás y recordar los 56 años de trabajo a los que pondrá punto y final el próximo mes de abril, cuando cerrará las puertas de su taller definitivamente.
Ahora lleva entre manos la restauración de un tresillo y su intención es terminar todos los encargos pendientes antes de echar el cierre. En su mayoría, lava la cara a muebles clásicos y antiguos porque “tienen las mejores armaduras, son de una calidad excepcional y merece la pena repararlos”, asegura. Eso sí, también ha transformado por completo muebles modernos que “a los cinco o seis meses de usarlos se han roto”, apostilla.
Enrique trabaja sin distinciones, da igual si es un mueble más o menos viejo. El proceso es el mismo. Primero desmonta por completo el sofá, la silla, el diván o el cabecero, revisa la base, la estructura y pone refuerzos de madera en caso de que sean necesarios. Después cambia las esponjas y finalmente reviste ese esqueleto con el tejido escogido por el cliente. Una tarea nada fácil pues hay que saber coser a mano y a máquina y rematar cada costura y pespunte con precisión. Eso sí, como en cualquier profesión, siempre aparecen técnicas y máquinas nuevas, más modernas, por lo que “en este oficio nunca se deja de aprender”, comenta.
Algo que nos llama especialmente la atención, ya que lleva 56 años dedicándose a la tapicería. “Empecé a los catorce años en Mora Tapiceros y estuve allí hasta después de la mili. En aquella época quería ganar algo más de dinero y me fui al taller de Jesús García y cambié la tapicería de muebles por la de coches y la confección de toldos”, recuerda. Su objetivo siempre ha sido mejorar, sin pretensiones económicas, y en los años 80 puso en marcha su propio taller, “en un local de apenas 30 metros cuadrados”, y poco a poco, con esfuerzo pudo comprar el establecimiento de la calle Mateo Miguel Ayllón en el que, finalmente, va a terminar su etapa profesional. “Cuando pienso en todos estos años de trabajo siento nostalgia, me dan ganas de llorar porque no hay nadie que pueda continuar con el negocio”, lamenta.
Y es que, a Enrique Ruipérez le encantaría haber tenido un aprendiz dispuesto a mantener el oficio pero “ es difícil porque a los artesanos nadie nos ayuda y muchos de los negocios que había en Cuenca han terminado por desaparecer”, dice.
Ahora solo piensa en disfrutar de la vida, en viajar y en estar en casa el menor tiempo posible y, en el mejor de los casos, que alguien se interese por el local ya no para mantener la tapicería sino para implantar algún nuevo negocio. Mientras tanto, el continuará asistiendo a clases en la Universidad de Mayores ‘José Saramago’ porque “no quiero estar de brazos cruzados” y bien es cierto eso de ‘el saber no ocupa lugar’.
A punto de echar el cierre pero lo que nunca desaparecerán serán los recuerdos y la obra de Enrique y es que, los salones de la Subdelegación del Gobierno, la Diputación de Cuenca o el Ayuntamiento, junto a trabajos para las hermandades de Semana Santa de Cuenca llevan su sello. El sello de la calidad y el buen hacer.
